Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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PRECISAMENTE ahora, cuando la campaña electoral se calienta, aunque sin alcanzar el rojo vivo ni el vivo azul, afortunadamente, el Tribunal Constitucional considera que el exceso de ruido atenta contra los derechos constitucionales. Precisamente ahora, cuando los mítines de los insuficientes oradores compiten en decibelios con las discotecas, pero siempre con idéntico disco. El silencio es un exiliado. Lo echamos de las ciudades y se tuvo que ir a vivir a las afueras, a pesar de «los mil ruidos del campo», que quizá sean más si se cuentan bien. Por eso son altamente preferibles las encuestas a los discursos. No hay que creérselas, pero una de las ventajas de la incredulidad es que no es estrepitosa. Nos enteramos de cómo van los sembradores de promesas y las ventajas en puntos de unos sobre otros y pensamos en el descrédito de los profetas. En el primer día del Diluvio Universal también hubo alguien que miró al cielo y dijo: «Esto van a ser cuatro gotas». Otro, aún más optimista, después de escudriñarlo, aseguró que en ese año iban a tener una buena cosecha. No. Los profetas no aciertan siempre, pero hay que reconocerles que han acertado con la manera de vivir haciendo profecías. Está claro que el ruido es una forma de agresión y el Tribunal Constitucional hace muy bien en luchar contra las contaminaciones que nos entran por un oído y no nos salen por el otro, sino que se quedan zumbando entre las sienes. Hay demasiados amantes del estruendo. Gentes que nunca pasan un rato a solas con ellos mismos y necesitan de la algarabía para huir del aburrimiento que les produce reunirse con la persona que llevan dentro. Ojalá la ley del silencio, basada en ponerle un multazo a todo el que haga demasiado ruido, se cumpliera con el mismo rigor inexorable con el que se observa la ley de la gravedad. Incluso los políticos deben comprender que estarse un rato callados es lo que hace más interesante su conversación.

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