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León

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EL ALIENTO que un grupo de ciudadanos (ciudadanas sólo figuran dos, Marifé Santiago y Carmen Busmayor) destacados de la cultura y el pensamiento lanzaron ayer desde León al candidato socialista a la presidencia del Gobierno es lo mínimo que la provincia puede aportar en favor de su carrera hacia la Moncloa. No lo hacen a cambio de nada, sino con la confianza de que la regresión no profundice, a cambio de más igualdad, solidaridad entre territorios y una política a la medida de las personas. Con su procedencia leonesa y el decálogo de compromisos con León que ZP lanzó en el mitin de apertura de campaña, el candidato se lo ha puesto muy difícil a los dudosos; a aquellos que con su cabeza están más cerca de Izquierda Unida o de la UPL, pero a los que el corazón les incita a hacer un guiño de complicidad a este hombre de 43 años que tiene en las suelas de los zapatos casi 18 años de moqueta en el Congreso de los Diputados. Y ha puesto en un brete a los tibios que votan derecha cuando pintan gaviotas o izquierda cuando mandan rosas. En el verano de 1986 columpiábamos por primera vez los dedos en la máquina de escribir del Diario -¡cielos! ¿algún día existió la olivetti?- en Lucas de Tuy cuando vimos por primera vez la cara del diputado más joven de España. Tenía 26 años, se llamaba Zapatero y era de León. Salía en la contraportada de El País y a menudo le veíamos salir de casa desde la cristalera de la redacción. Pasaron muchas cosas después: Zapatero significó no sólo el relevo generacional, sino casi hasta el ideológico dentro del PSOE de León. Conquistó el poder en el partido parcela a parcela con mano de hierro, aunque flexible para los pactos, y mirada azul imperturbable. Y pasó lo que pasó en el PSOE y Zapatero tuvo el coraje y la ambición -ambos eran necesarios- para una travesía del desierto. Ahora espera que León le de un soplo de buena suerte y que el diputado 176 no sea del PP.

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