Grajas

SI HAY un ave española representativa de León, esta es la graja, córvido caracterizado por atuendo negro, base del pico calva y calzones de plumas colgantes sobre las patas, bien conspicuos cuando apeona por los prados en los que busca lombrices, gusanos blancos y escarabajos, su alimento preferido. Solo anida en las vegas fluviales y resulta familiar al paisanaje desde La Bañeza al Burgo Ranero, con algunas colonias conocidísimas por su número de nidos y visibilidad en arboledas suburbanas, caso de las de la ciudad de León -Hispánico, parque de San Francisco y calle de la Serna-, las del Camino de Santiago - San Martín del Camino-, las de la comarca bañezana y las desperdigadas por la cuenca del Esla -Ardón, Onzonilla, Aldea del Puente-. Antaño, bandos de grajas invernantes llegaban al Duero y Ebro procedentes de Rusia, pero el calentamiento del clima las aquerencia muy al norte de la Península Ibérica. Las grajas de León se han quedado solas -28 colonias y 2.061 nidos- aisladas de sus abundantísimos parientes europeos que acopian un contingente de ocho millones de parejas. Grajas, excitadísimas, faenan llevando palos a sus nidos en las colonias reproductoras, compitiendo por hacerse con las horquillas de las copas. Es un guirigay de graznidos, persecuciones, vaivenes con palitroques, cópulas y celo, más directo que el observado entre la grey carnavalera, preludio del reventón primaveral con Semana Santa en puertas. Se echan encima las elecciones y los candidatos muestran imagen: ZetaPé es bambi, tierno cervatillo amenazado por los fachosos doberman; Mariano Rajoy, foca barbuda, representa la inmovilidad del especimen conformista de la costa gallega que apenas se pringa con el galipote del Prestige. La UPL debiera aprovecha el tirón leonés de la graja para adoptarla como emblema. Independiente, no vuela a Valladolid ni de coña. Quizás recuerde al párroco, y la onda de clérigos rijosos, impopulares por tocaniños, lo desaconseja.