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León

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EN LA recta final del proceso electoral, la hija del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez ha fallecido. A mayores de la reflexión que debe producirnos su hermosa lucha por inculcar esperanza a los demás, también hay otras reflexiones posibles. Por ejemplo, cómo detrás de cada político hay seres queridos. Ningún logro profesional, ningún poder o fortuna puede compensar el dolor de perderlos. Suárez es un referente de conducta, un caballero de la política en el que muchos deberían mirarse. Por encima de cuál vaya a ser la intención de voto,  la ciudadanía está ya harta de tanta descalificación arbitraria, malabarismo con el insulto sin fundamento ni ecuanimidad.  Ayer leí unas declaraciones de Aznar afirmando que Zapatero no tiene «fuerza moral» para ser presidente del Gobierno porque ha pactado con ERC. No lo cree, pero lo dijo. Está claro que si nos atenemos a quién tiene fuerza moral y quién no habría que cribar mucho en todos los partidos. Lo triste es que barbaridades similares se han pronunciado contra Rajoy. Y en medio de tanta descalificación, la muerte de Mariam.  Por encima de mítines, ambiciones y luchas por gobernar, para el candidato hay una realidad: cuando llega a casa, los suyos han de quererlo por lo que es.. Y pobre de aquel que entonces no se quita la coraza y sigue siendo su personaje electoral. Adolfo Suárez supo proyectar que hay valores por encima del poder. Todos lo dicen, pero pocos lo demuestran con la coherencia épica y ética que lo ha demostrado Suárez.  Fue un gran político y es un gran padre. Al lado de su grandeza, qué huecas nos suena las dialécticas de la descalificación, de la que ningún partido se salva. Y que además son innecesarias para lograr el objetivo anhelado.