EN BLANCO
A galopar
CANTABA Paco Ibáñez allá por la década de los 70 cierta coplilla de inspiración progre que venía a decir: «a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar». Sutil y melodiosa alusión a la urgente necesidad de acabar de una vez por todas con los residuos morales y materiales de la dictadura franquista. Una esperanza que, analizada con la ventajosa perspectiva que da el tiempo, ha quedado en bien poca cosa a la vista del fiestorro que nos han preparado notables como Aznar y José Luis Moreno en esta España casi imperial de déficit cero e ignorancia mil. Pero bueno, hablemos de otros seres más normales y cercanos a nosotros. Por ejemplo, el caballo ponferradino que llevado por la irrefrenable corriente eléctrica proporcionada por el tirón sexual, se puso a galopar y galopar acabando el pobre en el fondo de una pileta. Sin necesidad de recurrir a la policía científica, parece que la secuencia de los hechos fue la siguiente: el equino logró librarse de sus ataduras y corrió hacia una yegua muy ligera de cascos y que, estirada panza arriba, no llevaba más vestido que su propia lujuria. Así que el potro se dijo «me las piro, vampiro», lanzándose como una flecha encima de su enamorada con la intención de disfrutar con el grosero deleite de los cuerpos. Pero Cupido no estaba por la labor en la fría noche berciana y el noble bruto, auténtica marioneta a merced de sus hormonas, acabó en lo más hondo de la pileta, lo que sin duda tuvo efectos devastadores sobre sus alborotadas partes pudendas. Entonces llegó el turno de los bomberos, quienes se las vieron y se las desearon para rescatar al frustrado amante, penoso aprendiz de Casanova que seguro se lo pensará dos veces antes de repetir su recreativa y libidinosa escapada.