Diario de León
Publicado por
FERNANDO JÁUREGUI PERIODISTA
León

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HEMOS pasado gran parte del jueves más negro que recordamos debatiendo sobre qué terrorismo nos ha golpeado, si el de ETA o el de Al Qaeda. Dos grupos igualmente mortíferos, capaces, ya se ve, de cualquier cosa. No le pregunten a las víctimas y a sus familiares si son galgos o podencos: jamás tanto dolor se esparció gratuítamente en tiempo de paz sobre los españoles. Este 11 de marzo ha sido nuestro 11 de septiembre. Personalmente, me inclino, a la hora de escribir esta crónica, porque ha sido una ETA desesperada, descoordinada, sometida a sus peores instintos -que ya es decir-, la culpable de esta masacre que nos ha hecho derramar tantas lágrimas a tantos. Ignoro si posteriores informaciones desmentirán esta apreciación. Casi doscientos muertos exigen justicia y que el sacrificio de sus vidas no haya sido en vano. Empieza a resultarme indiferente si el terrorismo lleva un signo religioso u otro. Pienso, sí, que la nueva era que se nos anunciaba para después del próximo domingo se ha precipitado; el problema número uno que tenemos planteado los españoles desde hace tres décadas, el terrorismo que se dirige contra todos nosotros, no puede seguir siéndolo. Ellos no pueden avanzar un milímetro en su pretensión de independencia pastoril, en una Euskal Herría que las tres cuartas partes de sus pretendidos beneficiarios no quieren. Ni pueden esperar ya que cualquier diálogo abone sus aspiraciones. Hay casi doscientas vidas, y otras muchas que han quedado sumidas en la angustia, que piden métodos nuevos y el fin de cualquier transacción. Supongo que quienes pensaban que dialogar, negociar, con ETA era aún posible estarán muy arrepentidos a estas horas. Lo mismo que aquellos, que eran muchos más, que creían que se podía comerciar votos con la banda asesina. E insisto que resulta ya indiferente si se trata de vascos teóricamente católicos o de fanáticos quiméricamente islámicos. Arrebatar una vida no está contemplado en ninguna de las dos religiones. Un país horrorizado, cansado de desmanes, exige que nunca más. Nunca más días como este tristísimo 11-M. Y a este clamor han de sumarse los nacionalistas de buena fe -que son la inmensa mayoría- y también quienes, dentro de los márgenes legales, reclaman una independencia en la que tienen derecho a pensar, aunque la razón y la lógica no les asistan. Ninguna idea vale la vida de un inocente. Ahora hemos de hacernos fuertes. Frente al terror de cualquier signo. Lástima que este 11-m haya pasado a la historia no como el penúltimo día de una campaña electoral para fortalecer la democracia, sino como el día en el que, desde la guerra civil, corrió por las calles más sangre de inocentes. Hemos de hacernos fuertes desde la unidad, desde la convicción de que los comunicados de los encapuchados no pueden ser acogidos en nuestras pantallas de televisión. Desde la seguridad de que ETA, o el islamismo fanático, o cualquier forma de antidemocracia, no pueden ser considerados como interlocutores políticos, ni en campaña electoral ni fuera de ella. Porque ellos juegan, y nunca más tristemente dicho, con otras armas. La vida de las personas les importa un pimiento. Las elecciones, menos aún. Se impone la serenidad. Ni peticiones de penas de muerte -su abolición ha sido una de las grandezas de la democracia europea-, ni linchamientos, ni gritos extemporáneos que de nada valen. Ni culpar a quienes se hayan equivocado en sus relaciones con el terror, relaciones que queremos creer de buena fe, pero miopes, de haber causado unas muertes que sólo pueden cargarse sobre la conciencia de los asesinos. Firmeza en el combate es lo que debemos imponernos: ni un paso atrás en la consideración de estos asesinos como lo que son, unos verdugos indiscriminados. Lo peor en lo que un ser humano puede convertirse. Llevemos el luto con la cabeza alta. Los muertos, los heridos, son nuestros héroes. Les vamos a ganar, les hemos ganado con nuestra grandeza y con el Estado de Derecho y no debemos abdicar de ello, por mucho que estas gentes de la inmundicia lo intenten. Y por muchas lágrimas que nos estén haciendo derramar.

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