Diario de León

CANTO RODADO

Lo que queda por mover

León

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ÉRASE una vez cinco ratas. Vivían en el mismo cubículo separadas por una pared: cuatro juntas y una quinta aislada. Pero era ésta la única que tenía, en su cubículo, un dispositivo que podía accionar cuando le viniera en gana. Las ratas, cobayas de laboratorio, recibían descargas periódicamente, todas por igual. Las cuatro que estaban juntas no podían hacer nada. Murieron a los quince días de iniciarse el experimento. La quinta rata sobrevivió cuatro veces más tiempo. En realidad, que accionara o no el botón no servía de nada; no disminuía la cantidad ni la intensidad de las descargas. Pero vivía con la ilusión de que su intervención tenía un efecto positivo sobre ella misma y sobre sus compañeras. El experimento, como muchos otros, se realizó para analizar la reacción del ser humano ante la impotencia, para investigar las causas del suicidio. Anoche, millones de personas tuvieron la ilusión durante unos pocos minutos de que pisar la calle juntos servía para algo frente al horror y la barbarie. Vencer la sensación de impotencia es un asunto prioritario en el orden de los sentimientos y la razón después un drama como el que recorre el país. Pero quizás quede algo más que hacer todos los días, cada día, el resto de los días... Votar y mucho más: ejercer la democracia en cada esquina de la vida. Lo triste es que después de la descarga de adrenalina todo vuelva a la normalidad, a la pasividad, al dejarse llevar y comprar, sofronizar con telebasura ; dejar hacer al gobierno de turno... Sería irremediable que los efectos de masacre tras masacre -once ese, once eme, guerra y ocupación ilegal de Irak- aceptara su impotencia y volviera «sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión». Eso es lo que temía Leon Trotsky, hace casi un siglo, de los efectos del terrorismo sobre las masas. Los políticos elogian el ejemplar comportamiento ciudadano. ¿Acaso lo dudaban?

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