El vuelco y la buena estrella

SI se encuentran los directores de las empresas dedicadas a inspeccionar la intención de voto, tendrán mucho mérito si pueden aguantarse la risa. Entre otras cosas porque ya habrán cobrado. Sus cálculos estaban muy bien hechos y los sondeos de opinión eran irreprochables, pero todo se deshizo en un momento trágico, invalidando las encuestas. La noticia bomba no se hubiera producido sin los bombazos anteriores. ¿Quién iba a decirles a los minuciosos aritméticos que la mayor influencia sobre nuestras elecciones iba a ejercerla Bin Laden? Como se sabe, todo es muy difícil de prever, especialmente el futuro. El clamoroso triunfo de Zapatero, con casi once millones de votos, es toda una plusmarca, del mismo modo que su manera de aceptar la victoria es toda una garantía. Aún no ha demostrado nada, salvo una cosa, que por cierto era la más apreciada por Napoleón, que era algo supersticioso: que tiene buena estrella. Han jugado a su favor los cuatro elementos de los que hablaba el filósofo griego: la tierra que acoge a los muertos en el espantoso atentado, el fuego que convirtió en infiernos a los vagones, el agua -la del trasvase del Ebro- y el aire, ya que mucha gente quería cambiar de aires. Lo definitivo, sin duda, ha sido la masacre en Madrid, pero ha contribuido lo suyo la resistencia para aceptar que sus autores eran despiadados terroristas islámicos. Lo que se ha llamado con notable precisión «el chalaneo informativo». Tan lógico como sospechar en el primer momento que fuese obra de ETA, fue absurdo no propagar abiertamente la verdad desde que se supo. Si hubieran contado las pegatinas con el letrero «No a la guerra», el vuelco electoral habría asombrado menos y, por supuesto, la monstruosa venganza de Al Qaida no se habría producido. Ahora empieza una nueva etapa de la vida española. Oigo decir a alguien a mi lado, con inconfundible acento de sinceridad: «creí que íbamos a ganar los de Aznar, pero hemos ganado los de Zapatero».