EN BLANCO
Zapatero no insulta
AZNAR ha tenido que hacer mutis por el foro, después de dejar el patio hecho unos zorros. Con sus insultos y descalificaciones, con su soberbia y prepotencia, ha creado un clima de confrontación y crispación que ha afectado, en buena medida, a la normal y pacífica convivencia, no sólo entre la clase política sino, también, entre la ciudadanía. Quien ha sido calificado, nada menos, como «el mejor presidente que ha tenido España en los últimos doscientos años» (¡!), por un periodista esquizofrénico, se ha visto obligado a abandonar la política por la puerta trasera con el rechazo de más del 60 por ciento del vecindario. Ni siquiera se atrevió a salir al balcón de Génova para despedirse de sus seguidores. La foto de Rajoy después de conocidos los resultados, levantando la mano de Aznar mientras asomaban los dos por una ventana de la sede del PP, resulta patética. Aznar se va y le sustituye Zapatero. Dos maneras bien diferentes de entender la política. Dos talantes antagónicos. En primer lugar, e independientemente de otras cualidades positivas que se irán viendo a lo largo del ejercicio del poder, conviene remarcar esta diferencia: Zapatero no insulta. No descali fica, no desprecia, ni al adversario político ni al ciudadano. Y esto, después de lo que hemos visto durante los últimos años en Aznar, es un valor a tener muy en cuenta. Tiempo habrá de aprobar o criticar la labor del nuevo presidente. Pero de momento, y a la vista de cómo ha dejado Aznar de encrespada la situación, no está de más resaltar esta cualidad del vencedor de las pasadas elecciones: ni insulta, ni descalifica ni menosprecia. Y no conoce la soberbia. Porque Zapatero es un verdadero demócrata. Y lo es por tradición familiar. Aznar, no. Zapatero cree en la democracia. A Aznar le molesta. Lo ha demostrado. De ahí que haya tenido que marcharse casi a escondidas.