EL RINCÓN
El cerebro de la banda
SIEMPRE que se habla de «inteligencia demoníaca» pienso que una de dos: o inteligencia o demoníaca. La eficacia para propagar el mal no puede ser lúcida, ya que lo que procura es ampliar las extensas zonas de sombra que hay en el mundo. Es verdad que la bondad y la inteligencia no son la misma cosa, pero quizá sean dos calles que desembocan en la misma plaza. No lo sé, pero sé que una mente privilegiada no puede afanarse en la tarea de matar semejantes. Ahora se sospecha que el autor de la carnicería de Madrid es el mismo del atentado de Casablanca, que realizó allí un ensayo general con todo. El tal Abu Mughen, que empezó traficando con drogas, trafica ahora con vidas. Algunos creen que es un fanático, pero otros opinan que no se trata de un asesino desinteresado, de esos que matan porque les gusta, sino de un profesional del terrorismo. Si no se le da caza le espera un gran futuro: el considerado cerebro de la masacre madrileña sólo tiene 29 años. En el pabellón de Ifema, esperando que algún familiar los reclame, hay centenares de objetos que pertenecían a las víctimas: fotografías, carteras, relojes, llaves... «Se quedarán, sin mí, mis cosas desconcertadas», dijo un poeta. Todos tenemos objetos menores, acostumbrados a nuestro tacto, que nos echarán de menos cuando no estemos. No se puede asegurar que no haya medallas o anillos con memoria. La tragedia ha sido ecuménica y ayer no más se repatriaron cinco cadáveres a sus países de origen. Unos para Colombia, otros para Santo Domingo, otros para Tánger. Nos olvidamos, ante las cifras totales, que cada uno era una historia y que esa historia ha quedado incompleta. Entre tantos y tantos casos, produce un especial escalofrío el de ese hombre que sólo ha dejado aquí su carné de identidad. Por él sabemos, además de su nombre, que tenía 25 años. Su familia le busca. Le buscará siempre. Dicen que estudiaba informática y que era muy buen deportista. Sólo ha dejado su carné de identidad, como una tarjeta de visita. Como una señal de vida.