Diario de León
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JOAQUÍN ALEGRE
León

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CONSERVO un artículo de Francisco Umbral titulado La niña de Basora ; lo conservo no por admiración, sino para comprobar cómo envejece la retórica: «La niña que no se muera, por favor, que a lo mejor ya se ha muerto». Dice Cebrián que el columnismo español es de mofa y chascarrillo: ¡los conoce desollados! Persiguiendo la quimérica «literatura de periódico» se han desfondado en un pensamiento débil y, por lo tanto, predecible: basta con saber la cabecera para la que escriben. Es más, hay firmas que hacen de la trápala el valor. Esquivan los temas «calientes» para lanzarse a la caza de la anécdota o, en su defecto, metáfora que elevar a paradigma. Y mañana, otro nuevo. ¡Ay, si Wittgenstein levantara la cabeza!: «¿lo que siquiera puede decirse, puede ser dicho claramente, y de lo que no se puede hablar, hay que callar». Nada importaría si no hubiésemos reservado tan esencial papel a ese fuste de líneas. ¿Dónde las antorchas que debieran alumbrar? Abrasadas, puro carbón de complacencia. ¿Y? Corremos el riesgo de enfrentarnos a una realidad irreconocible. Un pasado sin validar por el debate intelectual está siendo reformado con ayuda de traperos aupados, con su colección de retales, a la categoría de 'historiadores' por quienes les estabulan. El mundo académico, sin refrendarlos, calla. Se masca una aprensión que muy pocos confiesan. No es para menos; las frases dictadas a algunos periodistas orgánicos provocan escalofríos: «¿el fracaso de las palomas como Powell por creer en la palabrería multilateralista de los farsantes a la francesa, no sólo han dado la razón a los halcones del Pentágono sino que han reforzado también la posición española¿» (F. Jiménez Losantos, 18/3/03). Ahora, los redactores ultraconservadores de la cadena norteamericana Fox piden disculpas a la audiencia por «habernos tragado las patrañas del gobierno». Las decisiones de Bush y Blair están siendo escrutadas por los medios de comunicación de sus respectivos países, y aunque incómodos, lo aceptan con decorosa actitud (qué envidia). Aquí, si osas cuestionar los infalibles juicios de un presidente relleno de vanidad, traspasas la línea que confina a los traidores, en un maquiavelismo chabacano con ¿incomprensibles? réditos políticos. Cayó del caballo ante la celestial luz trasatlántica, no para descubrir las bondades de la libertad de expresión, no para comprobar la saludable contraposición de posturas ¡dentro del propio partido!; sino para lanzar una bravuconada. Sacar pecho con tan magra hechura, no deja de ser una parodia risible, aunque haya gustado a los nostálgicos de los sueños imperiales. Ni somos, ni estamos: vístase el asunto como se quiera. Al rincón de la Historia nos fuimos por fantasmadas parecidas. Ojo, no nos condenemos a repetir el pasado, por empeño en olvidarlo. Hay sangre tiñendo esa foto de las Azores. Hay dolor y miseria, como ayer, en ese país donde los marines protegieron el oro negro y abandonaron las primeras comas. Se extiende un silencio doloso, desvergonzado, y emerge ese vicio tan castizo de acusar antes de que te acusen. Amenazan la estabilidad territorial. No aparecen las armas de destrucción masiva. Son cómplices de los separatistas. Los informes han sido manipulados. Carecen de convicciones y principios. Se ha espiado a la ONU. Y además, bajaré los impuestos, subiré las pensiones, crearé dos millones de puestos de trabajo¿ (Si España iba tan bien, por qué tantas promesas). Hablar ante el 10% de la Cámara de Representantes estadounidense debe venderse como logro histórico, en pie de igualdad con el Rey. Mientras, al candidato de los «hilines de fuel» no se le espera para estos asuntos pretéritos e inaceptables en el debate. Toda la oscuridad -guerra, Prestige, Yakolev, AVE, inseguridad ciudadana, abusos sexuales, mafias urbanísticas...- no es suficiente para vencer a ese par de puntines: positivo para las pensiones y negativo para los impuestos. Es la vieja estratagema de decir exactamente lo que el electorado quiere oír. Aquellos políticos de raza -no preguntes qué puede hacer el país por ti, pregúntate lo que tú puedes hacer por él- hoy no harían carrera; ante los coleccionistas de derechos, se debe ampliar la oferta. Los grandes principios se arrinconan o liquidan, en lo que los postmodernos llaman el ocaso de las ideologías. Norberto Bobbio, el veterano filósofo y teórico del pensamiento político, retratándose -«siempre me he considerado un hombre de izquierdas y por lo tanto siempre he dado al término 'iz quierda' una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término 'derecha' una connotación negativa, a pesar de estar hoy ampliamente revalorizada»- suena como un anatema impronunciable. El futuro exige una visión pragmática del voto; nos lleve donde nos lleve. Fuera la reflexión, que decida la media aritmética del interés. Tras la fatídica y predecible (un principio elemental de la lucha contra la contaminación dicta concentrarla en el tiempo y en el espacio) marea negra del Prestige, vino otra aún más oscura: el silencio comprado. Es triste decirlo, pero la legión de bienintencionados voluntarios interpretaron el papel de tontos útiles en un drama con final negociado. Que nadie haya preguntado dónde podrían haberse invertido los millones dilapidados en la penosa -hay, al menos, una decena de despiadados informes de prestigiosos institutos y respetadas oenegés esperando a los creyentes- gestión de la catástrofe, habla a las claras del sopor en el que vive nuestra sociedad. A lo peor, vamos a descubrir tarde que hemos malgastado una década irrepetible -aumento de la liquidez estatal por venta de activos, más la inyección europea de aproximadamente 1% del PIB cada año- en vivir mejor sin progresar demasiado. Alguno de los países que más ha contribuido a nuestro bienestar, recibe las invectivas de un presidente entontecido con la amistad del Emperador. ¿Pueden imaginarse al tendero de la esquina exigiendo rigor contable a El Corte Inglés? Pues así de ridículos deben vernos desde la primera potencia exportadora: Alemania. El daño que la arrogancia del gobierno ha infligido a la imagen de España en el mundo vamos a tardar en repararlo. Máxime cuando el crédito americano está pronto a caducar. O esperan que los demócratas se sientan en deuda con el sucesor de un político extranjero que deseaba fervientemente la reelección de Bush. Toda esta tromba que hubiera levantado, tan sólo unos años atrás, un escándalo de proporciones épicas, pasa ante nosotros como un murmullo, como una curiosa anécdota intrascendente. Hay en esta penumbra algo inquietante, algo que pide a gritos luz, aire, cambio; no por valor de lo que viene, sino por riesgo de lo que quiere quedarse. El vigor de una democracia se mide en la distancia con la que los ciudadanos miran la realidad y la ponen en relación con sus ideales. Hay que re cargarse de escepticismo que ya nos advirtió el clásico: «Llaman Estado al más frío de todos los monstruos fríos, al que miente con toda frialdad cuando dice que él es el pueblo», Friedrich Nietzsche.

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