SIETE DÍAS
Por qué ganó Zapatero
UNA SEMANA después del triunfo socialista en las elecciones generales, todavía los medios de comunicación son asaltados por una pregunta que, aunque carece de interés práctico, responde a una inquietud generalizada y casi morbosa: ¿El PSOE ganó las elecciones generales porque la sociedad española deseaba el cambio político o por las terribles circunstancias del atentado de Madrid? Si la pregunta se le hace a un socialista, contesta que el factor determinante fue el deseo de cambio. Maragall afirma que en 48 horas ninguna circunstancia , por trágica que sea, modifica el voto. Si la pregunta se le plantea a un militante del PP, la respuesta es bien diferente: la victoria está directamente relacionada con las bombas, que crearon un estado de shock en la opinión pública, alentado por algunos medios de comunicación. Cabe la impresión de que ni lo uno ni lo otro. El deseo de cambio podía existir en determinadas capas de la sociedad, pero en el triunfo de Rodríguez Zapatero fue determinante el masivo voto joven, en otras circunstancias seguramente desmotivado. Se suele decir que una alta participación favorece a la izquierda y que la abstención resulta favorable a la derecha. Sin entrar en estos derroteros, lo que resulta evidente es que la guerra de Irak, con todo lo ocurrido, ha sido determinante en el resultado electoral. La guerra provocó impresionantes manifestaciones hace un año. Aquella movilización ciudadana parecía el preludio de un triunfo claro del PSOE. Después vendrían dos varapalos importantes difíciles de encajar por los socialistas: el escándalo de la Asamblea de Madrid y la megalómana y neurótica entrevista de Rovira con la dirección de ETA, que salpicó negativamente la imagen del gobierno catalán y, consecuentemente, del PSOE en el resto de España. El efecto de la guerra en una más favorable expectativa de voto socialista, parecía definitivamente conjurada. Se había contrarrestado el desgaste sufrido por el PP. Esto al menos es lo que decían los politólogos de Madrid, en ocasiones tan cerca del poder que les resulta sumamente difícil objetivar las señales que reciben. Pues bien, resultó suficiente el recuerdo dramático de la guerra para que una parte importante de la sociedad española retornara a las emociones de hace un año y quedaran saldadas deudas intermedias, de un relieve infinitamente menor y, sobre todo, nada comparable desde el punto de vista dramático. La guerra de Irak estaba ahí, en el subconsciente colectivo, y bastó la conmoción del atentado para traducir en votos contra el gobierno aquella protesta que muchos creían olvidada. En ese sentido, tiene razón Maragalll al afirmar en que 48 horas no se cambia el voto. Pero le falta añadir que aunque se venía regristrando una transformación desde hacía un año, probablemente de no haber existido el atentado no se hubiera concretado en la dirección expresada en las urnas. El PSOE tenía dificultades para convertir el asunto de la guerra en protagonista de la campaña electoral. La sangre reclama sangre, dice con otras palabras un aforismo del Nuevo Testamento. Y Haro Tecglen precisaba que «España entró en la guerra, y que resultaba lógico que al final acabara entrando la guerra en España». Ahí ha estado la explicación del cambio. El Gobierno era plenamente consciente de que su derrota se iba a producir si la gente se enteraba antes de votar de que las bombas las había colocado el terrorismo islámico, como respuesta a nuestra alineación con Estados Unidos y el Reino Unido en favor de la guerra. De ahí todos los esfuerzos por impedir la información. Sólo algunos periódicos de «provincias» apuntamos con certeza en la línea verdadera desde el primer momento. Teníamos la información, como todos los que manejábamos varias agencias nacionales e internacionales y, sobre todo, teníamos la suerte de haber sido ignorados por José María Aznar. Porque se ha sabido después que el propio Aznar llamó personalmente a los directores de los periódicos que se hacen en Madrid y en Barcelona para garantizarles, como presidente del Gobierno, que disponía de información que avalaba que el terrorismo islámico no era más que una hipótesis ante la certeza de la autoría de ETA, circunstancia esta última que hubiera dañado gravemente la expectativa de voto del PSOE. Lo que parece claro es que en un primer momento, también el Gobierno estaba convencido de que detrás de las bombas estaba la mano de ETA. De otra forma, resulta impensable que se apresurara a convocar unilateralmente las manifestaciones multitudinarias de toda España. Cuando la investigación cambió el signo de las cosas, el Gobierno se encontró atrapado en su propia red. Uno pensaba, al recordar el clamor popular en la calle bajo el prisma de la información que en la madrugada del domingo se vio obligado a confirmar el ministro Acebes, que era la primera vez en la historia que un gobierno había convocado una manifestación en contra de sí mismo. En León, no cabe duda de que a las consideraciones anteriores hay que sumarle el efecto Zapatero. Que indudablemente existió, y en gran medida. El PP negaba que dicha circunstancia se fuera a producir, pero no era más que márketing de campaña, porque el temor de fondo nadie lo ocultaba. Prueba fehaciente es que nadie quería ir de número tres al Congreso, el único puesto en disputa. Sin embargo, hay que reconocer que el PP ha mantenido la fidelidad de sus votantes de una forma que a muchos incluso les ha sorprendido. El PP solamente perdió 5.000 votos respecto a las cifras de hace cuatro años. El PSOE, que aumentó su resultado en 53.000 votos (53%), ganó porque los electores son cada día más selectivos, tienen una mayor cultura democrática. Esta realidad explica que uno de cada tres votantes de IU le entregara el voto al partido socialista, sabedor de que de otra forma su esfuerzo por cambiar el gobierno, sería vano. Algo parecido ocurrió con el votante de la UPL, que abandonó el partido ante la certeza de que tampoco los leonesistas iban a lograr representación parlamentaria. Uno de cada tres votantes de la UPL entregaron su voto al PSOE. Ahora habrá que esperar a conocer si este voto ha sido prestado, con fecha de vuelta para las próximas elecciones autonómicas y municipales, o si es un voto que ha huido definitivamente. El resultado electoral del Senado en León es también una prueba de voto selectivo. El PP, por las dos razones apuntadas, registró una sangría escasa, pero tampoco sumó votos de otros grupos o entre los nuevos electores. Con una excepción: el senador Mario Amilivia, Las cifras demuestran que el exalcalde de León además del voto de las siglas, tiene un voto personal. Como se sabe, el voto al senado es nominal y esta circunstancia explica que lograra un resultado más favorable que el cosechado por el tercer candidato socialista. No existe en España precedente similar, excepto en Madrid hace ocho años. Juan Barranco , que acababa de dejar la alcaldía, también obtuvo más votos que muchos de los candidatos del PP, partido que había ganado las elecciones por goleada. El apunte no es baladí y a alguien le debería hacer reflexionar.