Diario de León

TRIBUNA

Demócratas antes que nada

Publicado por
JUAN A.GARCÍA AMADO
León

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ENTRE los que se dicen demócratas, sean de izquierdas o de derechas, podemos distinguir los ciudadanos que son de derechas o de izquierdas antes que demócratas y aquellos que son demócratas antes que de izquierdas o de derechas. Los del primer grupo están fuertemente persuadidos de que el orden justo y necesario de la sociedad es sólo uno determinado, y la democracia sólo les vale en la medida en que sirva a ese orden, o mientras no se den las condiciones objetivas para imponer tal orden por otros medios. El respeto que les merecen las formas y los procesos democráticos es de escaso a nulo. Digamos que son demócratas sólo a falta de otra cosa. Pero también hay gentes, los del segundo grupo, que son demócratas por encima de sus ideologías adscribibles a la izquierda o la derecha. De éstos cabe decir que son demócratas antes que cualquier otra cosa. Significa que aun cuando pueden tener muy sólidas y arraigadas convicciones acerca de cuál es el mejor modelo de organización social, de cómo debe repartirse la riqueza u ordenarse el trabajo, etcétera, consideran que la única manera admisible y legítima para imponer ese patrón es por la vía de la mayoría de votos obtenida sin coacción y con escrupuloso respeto a la igual posibilidad de todos de manifestar sus ideas y defenderlas sin violencia ni trampa. El autor de estas líneas tiene bien claro dónde se ubica en la anterior clasificación: demócrata de izquierdas; es decir, de izquierdas, pero por encima de todo demócrata. El talante de izquierdas es el de quienes creen más en el reparto que en el acopio y el de los que ante la pobreza y la desgracia gustan más de las políticas de redistribución desde el Estado que de llamamientos a la caridad de los particulares. Tal vez sea éste el momento que va haciendo falta para renovar muchos de los contenidos que dan sentido a la izquierda. Porque la victoria de la izquierda trae ilusiones, sin duda, pero algunas de las actitudes de unos pocos que se dicen de esa idea suponen un lastre que se debe aligerar. El demócrata participa por definición de la idea de que para juzgar y opinar en las materias que a todos nos conciernen tenemos que saber no sólo guiarnos por nuestro interés egoísta, sino también ponernos en el lugar del otro y razonar como si también pensáramos y habláramos desde su situación y sus intereses. Ecuanimidad se llama esa virtud. Es lo contrario del sectarismo. Tener preferencias o militancia políticas no significa, entre personas moralmente maduras, apuntarse a la ley del embudo. Pongamos que hay un presidente de Gobierno -democráticamente elegido- que no nos gusta nada, de un partido opuesto al nuestro. Es plenamente legítimo que expresemos nuestras discrepancias y nuestra oposición. Pero ¿cómo? La democracia tiene que ver con los medios -no es el todo vale para mis fines- y con el reconocimiento de que los medios que son legítimos lo son por igual para todos. El experimento es sencillo: imaginemos que las tornas se invierten y ahora el Presidente del Gobierno es de nuestro partido y que contra él se usan los medios que nos parecían bien contra el otro. Si discriminamos en eso, tenemos más de fanáticos que de sentido democrático. Un ejemplo. Si un ministro o alto cargo de un gobierno de izquierdas fuera insultado o zarandeado en una manifestación o al acercarse a votar, seguramente diríamos que había sido víctima de grupos totalitarios o antidemocráticos. Bien dicho. Pero, entonces ¿cómo llamamos a los que esta temporada han hecho lo mismo con miembros del Gobierno ahora saliente? En muchos medios se es sumamente caritativo y se habla de «algunos individuos». Vaya. Yo creo que son individuos o grupos totalitarios, fascistoides, por decirlo suave. Es su acción lo que los califica, no la afiliación de su víctima. Otro ejemplo. Imaginemos que en cualquier Comunidad Autónoma mesetaria gana el PP y forma gobierno en coalición con un par de partidos que estuvieran más a su derecha. El líder de uno de éstos -inventémosle un nombre por analogía inversa: Derecha Monárquica de Castilla-, fuertemente reaccionario y de firmes convicciones españolistas -no estoy equiparando esos dos caracteres ni diciendo que tengan que darse juntos- acude en secreto a otro país y se entrevista con los jefes de una importante banda neonazi que realiza atentados. ¿Qué epítetos le pondríamos los buenos demócratas de izquierda? Tremendos, y con razón. Entonces, ¿por qué se tilda de autoritarismo y rencor la crítica cuando ocurre en el sentido contrario de las ideologías? Ya sé, más de uno pensará que ya encontró la trampa a este artículo, y que su autor es otro ultraconservador camuflado de progre. Porque -dirá- ¿a quién se le ocurre comparar a ETA con un grupo nazi? Pues yo creo que ése es un buen test para detectar ciudadanos que ni son demócratas ni son de izquierdas ni son nada más que resentidos indecentes. Son los que operan con una clasificación de terroristas malos, menos malos y casi buenos, aunque maten inocentes por igual. Son los que cuando una bomba estalla y muere un inocente, o cien, antes de decir ni pío preguntan quién murió y quién mató, en lugar de decir de inmediato, sin condiciones y en voz bien alta que qué horrible, incomprensible e imperdonable crimen. Para ellos no es igual el derecho a la vida de un guardia civil o un carpintero, ni es igual de reprobable el que cobardemente mata inocentes por Alá o por Jehová, por la nación X o por la nación Y. De esta ralea tiene que deshacerse la izquierda porque le hace mucho daño. A semejantes personajes hemos de darles la espalda los ciudadanos honestos de cualquier signo político, por imperativo moral: porque son moralmente miserables, voten a quien voten.

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