El euro es el culpable

YA DECÍA yo que les pasaba algo. Una investigación realizada en el Hospital Universitario Gemmelli de Roma asegura que las monedas de uno y dos euros provocan alergias. Hasta ahora se sabía que lo que provocaba alergias era la carencia de ellas, pero ahora se demuestra que su posesión, aunque suponga la calderilla de la nueva divisa europea, también acarrea disgustos. Ocurre que las piececitas continentales que han reemplazado a la inolvidable peseta contienen níquel y hay mucha gente que no aguanta el níquel. La verdad es que el níquel no es un metal simpático. De momento, plagia a la plata en su brillo y en su color, pero es plata de la que cagó la gata y pesa más que el hierro. Además es muy duro. Su sola virtud es ser magnético y su peculiaridad más infrecuente es la de ser la única palabra de nuestro vasto idioma que no tiene rima posible. («Si te dicen que el níquel no tiene consonante, tú 'dí quel' níquel sí tiene consonante», dijo alguien que tenía mucho tiempo para entretenerse con estas tonterías). Para comprobar la maldad del metal circulante se aplicaron monedas sobre la piel de muchos pacientes y los alérgicos desarrollaron una reacción epidérmica significativa: eczemas en las manos y pequeñas ampollas. Las alergias, como los suicidios, se dan más en primavera, y como se sabe -mejor dicho como no se sabe- son de una variedad infinita. Hay quien es alérgico a las anchoas, como mi amigo el pintor Eugenio Chicano, y quien es alérgico a las fresas o a los pelos de los perros. A mí los dioses me han librado de las alergias, así como de la envidia y del tedio. Si acaso, soy alérgico a los tontos, pero lo disimulo bastante bien. De lo que no cabe ninguna duda es de que el euro no ha venido a aumentar ni nuestra cuenta corriente, que en mi caso más que corriente es vulgarísima, ni nuestra felicidad. Ha transformado los veinte duros antiguos en 166 pesetas y ha conseguido que en España no ahorren más que quienes ya han ahorrado lo suficiente. Más IVA.