EN BLANCO
Dos de los nuestros
SIN necesidad de dejarse deslizar por el tobogán emocional en que se encuentra sumido el país tras los últimos acontecimientos, el pueblo de León debe de alegrarse sinceramente, olvidando ideologías y malsanas envidias cazurras, ya que dos de los nuestros han ascendido a lo más alto del panorama político nacional. La hora del juicio final parecía haber llegado en España el 11-M, una fecha para rodear con un gran lazo negro y llevar siempre en los corazones, cuando los vaivenes de la vida aliviaron un tanto nuestro dolorido umbral de sensibilidad gracias al inesperado triunfo de Zapatero. Hasta hace poco se trataba simplemente de «Bambi», un hombre condenado, según la policía del pensamiento establecida por los voceros mediáticos del aznarismo, a retirarse con el rabo entre las piernas después del inapelable vapuleo en las urnas. Considerado como un pardillo recién sacado del horno, sus modales de caballero andante se tomaban a mofa e interesado cachondeo. Pero en vista de los resultados electorales, resulta evidente que los portavoces de la España neoautoritaria no le llegan a Nostradamus ni a la suela de los zapatos. El segundo de los nuestros es Toño Alonso, o en terminología oficial el juez y diputado Alonso. Un antiguo amigo con quien he hablado durante horas de lo divino y lo humano en sus feudos sentimentales de El Crucero, acodados en la barra de «La Oficina» y otros bares cuyo noble objetivo es fomentar las deliberaciones espirituales y amparar las libaciones materiales. Oscar Wilde dijo que dolerse por las desgracias de un amigo es fácil, lo que resulta casi imposible es alegrarse con sus éxitos. Ahora mismo no sabemos si Toño Alonso va a ser el ministro de Justicia, pero me alegro igualmente pues ya forma parte de ese programa de regeneración que lleva el sello de «made in León».