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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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VAMOS a renovar a nuestros oradores por escrito. La nueva composición de las Cámaras, determinada por el triunfo socialista, nos hace albergar la esperanza de que decrezca el número de diputados autistas. Verdad es que la oratoria política ya no es lo que era. No quedan ni «tenores», ni «jabalíes». Son tiempos de elocuencia mecanografiada y, para acabar de arreglarlo, la mayoría de los discursos son híbridos. Interviene demasiada gente en su confección y el resultado es una prosa plúmbea, que en vez de despertar las conciencias duerme a los espectadores. No es que uno admire a los llamados «picos de oro», que en general son pájaros de cuenta y con poca carne, pero es penoso contemplar la penuria expresiva de nuestros parlamentarios: no sólo no tienen nada que decir, sino que lo dicen mal. Algunos, quizá los más comparativamente astutos, saben que están más guapos callados y no dicen esta boca es mía, con lo que evitan que se la partan. Otros pronuncian grandes parrafadas que producen pequeños efectos. Se acabaron los oradores que iban por las Cortes solos y eso nos priva del espectáculo que constituye siempre la simulación. No podemos comprobar cuánta razón asistía a Tallergrand al decir que Dios nos ha dado el divino don de la palabra para poder ocultar nuestros sentimientos. Si a Marco Tulio Cicerón le invitaran a la carrera de San Jerónimo, en calidad de espectador y ya metidos en el túnel del tiempo, se cagaba en el padre de todos los que hacen uso y abuso de la palabra. Quizá sean mejores los nuevos. No sé. Lo que sé es que no les será fácil empeorar s los anteriores. Nos conformaríamos con que los parlamentarios parlaran y no llevasen escritas hasta las improvisaciones. Algunos que quedan bien en sus respectivas provincias y deslumbran a los catetos, cuando llegan a Madrid ponen perdidos los sillones de pelo de la dehesa y los ujieres no ganan para aspiradoras. Hace falta una nueva hornada de oradores. Ahora es cuando el horno está para bollos.