EL PAISANAJE
Dudo, luego existo
CIERTO abogado leonés recomienda sistemáticamente a sus clientes «negarlo todo hasta el patíbulo». Y parece ser que la estrategia funciona, porque tiene fundada fama de perder pocos pleitos, como demuestra lo elevado de sus minutas. Otros más pardillos, por el contrario, animan a sus defendidos con más moral que el Alcoyano a decir «la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, lo juro por la cobertura de mi móvil», con lo cual pocos se libran de que les caigan equis años «y un día». Viene esto a cuento de la repugnante polémica en que aparecen enzarzados ahora periódicos y televisiones sobre si Aznar mintió en vísperas electorales al atribuír la masacre a ETA o si Zapatero sabía ya por ciencia infusa que las mochilas eran de Bin Laden a los pocos minutos de cebarse en el tren. A toro pasado todos son figuras. Parece también que importan ya menos los muertos que «quién lo hizo», recién fríos los cerca de doscientos difuntos. O, peor aún, que «quién se suponía que lo hizo», cuando, un suponer, en el lugar de autos sólo lo sabían los que lo hicieron. Desde luego no reventaron los trenes ni Aznar ni Zapatero, eso está claro, así que, si uno fuera el ecuánime juez que instruye el caso -y no es ni lo uno ni lo otro- lo primero que diría en un aparte al fiscal sería: «¿oye, tú, por qué crees que estos dos lo niegan todo hasta el patíbulo, digo hasta la Moncloa, y perdona el lapsus?». «Repare su señoría», contestaría el otro, «en que, si hubiera sido ETA, habría ganado el PP por goleada y por el caso Carod Rovira, que aún está pendiente de sentencia, pero, como fueron los moros, ganó el PSOE por lo de la guerra de Irak, que está sentenciada, si bien con el debido respeto no es de nuestra jurisdicción, sino de Bush, según las pancartas». Aznar y Zapatero no fueron, está claro, pero todavía hoy se discute quién dijo la verdad a su debido tiempo. Y como uno nunca ha escuchado verdades en boca de los políticos, con permiso de la sala, piensa que o miente uno, o lo hace el otro, o los dos a la vez, porque es dudoso que digan ambos la verdad. «Putas arrepentidas hay pocas», me avisaban ya de pequeño. Y, además, son las peores.