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LAUREANO M. RUBIO CATEDRÁTICO DE HISTORIA MODERNA. UNIVERSIDAD DE LEÓN
León

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HACE algún tiempo escuché a un político vasco afirmar que España es un invento del siglo XIX, pues con anterioridad sólo existía una monarquía que patrimonializaba todos los territorios. Lo grave no es que este señor diga tal barbaridad histórica, sino la manipulación histórica conscientemente planteada con objetivos muy concretos ante la seguridad de que el pueblo «ignorante», o no conocedor de su historia, se convenza de tal afirmación. Lo primero que debe saber un diputado del parlamento español es que España lleva muchos siglos siendo ante el mundo y ante la propia Historia una realidad territorial, humana y política, un país, un estado y una nación, independientemente de que en el seno de esta unidad coexistan países (vasco, leonés, etcétera) o incluso nacionalidades o sentimientos nacionales. En efecto, en el pasado España aparece desde remotos tiempos como una unidad geográfica o territorial, claramente delimitada de otras unidades territoriales como Francia o Portugal, y es a partir del siglo XIV con la implantación de los estados modernos y las nuevas monarquías soberanas cuando definitivamente se fijan unas fronteras que, independientemente de la organización interna, ya no se van a mover. Nunca el denominado País Vasco tuvo delimitación o fronteras propias y mucho menos instituciones al margen de la Corona de Castilla. Como parte de ese territorio o país y dentro de sus fronteras se sitúa el señorío de Vizcaya, Navarra, y los diferentes componentes territoriales que conforman la unidad administrativa de la Corona de Aragón, incluido el condado de Cataluña. España, pues, existe como país o unidad territorial claramente delimitada y sus fronteras pirenaico-catalanas fueron motivo del inicio de las hostilidades belicistas con Francia. Al respecto recordar que durante siglos fueron soldados de Castilla los que defendieron esas fronteras a fin de garantizar el territorio catalán y sus intereses económico industriales y comerciales. Sobre esta base territorial y humana España a finales de dicho siglo ya existe como estado. El denominado Estado Moderno, pese a que con anterioridad o se puede hablar de estado, queda definitivamente configurado a partir de una monarquía soberana y común para todo el conjunto de reinos y coronas que eran respetadas como marcos configuradores del nuevo estado más o menos centralizador. Los Reyes Católicos, al igual que la monarquía francesa, inglesa o portuguesa, son capaces de imponer la soberanía de su poder y de las nuevas instituciones del estado, consejos, chancillerías, etcétera, sin necesidad de monopolizar en exclusiva el poder y respetando la presencia de otras instituciones territoriales y locales autónomas surgidas en cada territorio y en aras a una realidad organizativa y social que en modo alguno entraba en colisión con el nuevo estado. A partir del siglo XVI y desde el respeto que los reyes de la casa de Austria tienen del foralismo pactista de los reinos de la Corona de Aragón y pese a que será la Corona de Castilla la que ponga el dinero y los hombres para defender los intereses territoriales de la monarquía, tanto la política interior y exterior, como la religión o las propias relaciones económicas existentes ya entre los diferentes territorios de la monarquía se va configurando una idea de proyecto común, un sentimiento que identifica al conjunto de los pueblos de Hispania, en tanto en cuanto la crisis de la España interior en el siglo XVII es aprovechada por los territorios periféricos para tutelar la nueva recuperación económica. En el siglo XVIII y pese a que los catalanes pierden sus fueros después de no aceptar al rey borbón Felipe V muy pronto su burguesía va a aceptar el centralismo del estado y de la monarquía pues, aun perdiendo sus cortes y sus fueros, fueron los grandes beneficiados del desarrollo económico del siglo XVIII, pues las reformas de los borbones le abrieron definitivamente el mercado americano y español, por lo que no dudaron en apoyar tanto al reformismo borbónico, como al futuro reformismo liberal del siglo XIX. Que sus paños son atacados por la competencia extranjera, solicitan al rey de España leyes proteccionistas; que sus territorios son invadidos por los franceses, no pasa nada, el ejército de España estará allí puntualmente para defenderlos. Hasta tal punto la burguesía catalana y vasca fueron grandes beneficiadas por el desarrollo económico de los siglos XVIII y XIX que no dudaron en pactar con la aristocracia terrateniente castellana a la hora de diseñar una política reformista durante el siglo XIX que hiciese de la España interior una tierra de terratenientes y campesinos miserables que a la postre se iban a convertir en el gran mercado en el que colocar los productos de sus nuevas industrias. El presente de este país, estado y nación llamada España empieza a fraguarse con la implantación del nuevo régimen político denominado democrático. Fueron años difíciles en los que la debilidad del nuevo estado fue aprovechado por algunos grupos de poder organizados para recuperar la vieja idea de la descentralización administrativa a través de las llamadas autonomías. Pero, como se va demostrando con el tiempo, aquel proceso no sólo no se proyectaba con un fin meramente administrativo y en igualdad de condiciones, sino que se favoreció a los territorios de siempre y se permitió que los grupos que habían tomado el poder político, los llamados nacionalistas, iniciasen una huida hacia adelante disfrazada con su piel de cordero que, a la espera de mejores tiempos (entrada en Europa, crecimiento económico, etcétera), tenía como objetivo final el que hoy manifiestan claramente y que antes ocultaron: la negación de su españolidad y la separación de España, toda vez que son los más ricos y los que durante siglos han estado recibiendo más de lo que han dado; han logrado crear con el esfuerzo y ahorro de todos los españoles las bases estructurales de un sistema económico que le garantiza unos niveles de vida y de renta «per cápita» muy superior al del resto de los españoles. En esta tesitura y una vez que han logrado el objetivo uno se pregunta ¿tienen derecho a decidir el futuro de España ellos solos o esto es una cuestión de todos? Parece claro que por derecho histórico y por justicia social la decisión del futuro de España corresponde exclusivamente a los españoles. El futuro de España, pues, en estos momentos es incierto ya que si bien ya han hablado los «ricos» quedan por manifestarse los mayoritarios «pobres», es decir el resto de autonomías que pese a contar con un pasado milenario no son reconocidas como históricas. Vamos, que el nacionalismo vasco y el PNV tienen historia y el Reino de León es un invento de ayer. Posiblemente se hayan cometido importantes errores durante estos últimos veinticinco años, grandes errores políticos como no articular una España autonómica más racional e igualitaria; permitir de entrada una excesiva descentralización duplicando organismos de poder y dando la sensación de debilidad de un poder central o estado fuerte; mirar hacia el otro lado cuando el poder nacionalista iba dominando todo lo que gobernaba y los llamados grandes partidos estatales solicitaban su apoyo para ostentar el poder del estado. A veces los ciudadanos tenemos la sensación de que ha cambiado poco con respecto a los años de la Segunda República cuando la clase política estaba más preocupada por sus intereses políticos y de poder que por el futuro de España y de los españoles. A su vez, los leoneses, tan mal tratados en el marco administrativo de la España de las Autonomías, al negarnos nuestros derechos históricos y nuestra entidad como pueblo, como viejo reino que llevó a cabo la Reconquista, o como País Leonés, no sólo nos sentimos españoles, sino que reclamamos, que nuestra voz y la de aquellos que nos pueden representar se pueda oír en los foros nacionales institucionales para que de una vez por todas se haga justicia con el País Leonés, pues hasta ahora los que decían representarnos, no sólo no han defendido nuestros intereses, sino que han traicionado nuestra historia y nuestros derechos históricos.