LA VELETA
¡Cómo cambia el cuento!
EL DUELO oficial en la catedral de la Almudena convocó en Madrid a los primeros mandatarios del mundo occidental. Del duelo a la política sin transición e incluso mezclados, porque antes del funeral de Estado ya se habían poducido no pocos contactos internacionales de Zapatero en las instalaciones del Congreso de los Diputados. Todo eso ocurría en una agenda de infarto para el futuro presidente del Gobierno, con los empleados de mantenimiento del palacio de la carrera de San Jerónimo cambiando sillas, habilitando salones, desplazando muebles, desde la noche anterior y primeras horas de la mañana, mientras el centro de Madrid volvía a quedarse pequeño al convertirse una vez más en capital del mundo. «¡Cómo cambia el cuento!», exclamaba ayer a mediodía un dirigente socialista para resaltar la prisa de los grandes mandatarios por tener un encuentro a solas con Rodríguez Zapatero y celebrar el llenazo de «Pepiño» Blanco en su conferencia del hotel Ritz a primera hora. «El prime minister tiene mucho interés en hacerse una foto informal con el secretario general», le decían. Y al jefe de Gabinete de Zapatero, el profesor Torres Mora, le sonaba a gloria la voz de una señorita que telefoneaba desde el 10 de Downing Street. En Ferraz no salían de su asombro. Hasta el mismísimo secretario de Estado USA, Colin Powell, daba facilidades para adaptarse a la agenda de Zapatero. Y así sucesivamente, Sampaio, Schröeder, Chirac. En Moncloa debía ser otra cosa. Cuánto hubieramos dado por escuchar la conversación, so pretexto de coordinar la posición española en la cumbre europea de primavera, entre el presidente del Gobierno en funciones, José María Aznar, y su sucesor al frente del Gobierno. Aquel líder precursor de la España roja y rota, tal y como era presentado en la campaña electoral por sus sorprendidos adversarios. A este dirigente calificado tantas veces por Aznar de «insolvente», «desleal», «pancartero», «antipatriota», «irresponsable», amigo de Carod, tan complaciente con «comunistas» y «separatistas», ya no le hacen ascos los banqueros de dentro ni los gobernantes de fuera. Cosas del poder, que cambia de manos por saludables designios de la soberanía popular y no precisamente por capri chos de la fortuna.