Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LOS CRONISTAS de guerra nos cuentan desde Jerusalén que un niño bomba ha sido interceptado por donde anduvo el Niño Jesús, según otros cronistas más lejanos. Un chiquillo de catorce años que, como no puede vivir en paz, decidió hacer la guerra por su cuenta, mientras Hamás hace de Sharón el primer candidato a saltar por los aires hecho pedazos. El suplente del asesinado jeque Yasín, un tal Rantissi, que se hará célebre si no lo matan antes de alcanzar la fama, anuncia «una venganza sin precedentes», pero la venganza es lo que más precedentes tiene en la terrible historia de la Humanidad. Es de suponer que los primates se vengaran peor, pero con los años se ha logrado un gran refinamiento, que en algunos casos excluye la inmediatez, lo que sin duda favorece el ejercicio de la virtud de la paciencia. El niño de catorce años llevaba una carga de explosivos adherida a su pequeño cuerpo. En Occidente siempre ha habido niños precoces directores de orquesta y niños precoces ajedrecistas, que hacen menos ruido, pero en Oriente empieza a haber niños precoces suicidas. ¿Cómo puede una criatura de esa edad resolver abandonar la vida? Quizá porque lo que haya en Gaza no sea vida, o porque haya visto morir a sus padres o porque para merendar sólo tenga piedras. Algo le tiene que pasar para que desee cambiar la madera del pupitre por la madera del ataúd. «¿Quién puede describir, tal como es, a un niño?», se preguntó Rilke. Cuando yo andaba por esos años y vi inaugurar el campo de La Rosaleda, jugaba con una pelota de trapo, hacía rabonas en el colegio, con la finalidad de alejarme de la perniciosa influencia de aquellos reverendos ágrafos y me estiraba los ominosos pantalones bombachos para que me dejaran entrar en los bares, que en eso de los mostradores también fui un niño precoz. Una adolescencia muy distinta a la de este chaval palestino. Yo, como ahora, quería vivir para seguir viviendo, y él sólo deseaba morir matando. Todos somos según donde hayamos caído.

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