Diario de León
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ARMANDO MAGALLANES PERNAS CATEDRÁTICO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA DEL IES SANTA MARÍA DE CARRIZO
León

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EN EL DESAPARECIDO frontón oriental del templo de Zeus en Olimpia se representa la historia de la carrera de carros entre Enómao, padre de su amada hija Hipodamía, y su pretendiente, el aventurero Pélope, de quien aquella se había enamorado. La condición para conseguir la mano de Hipodamía era que su enamorado venciese al padre de la muchacha en una carrera de carros, algo que nunca antes ningún otro pretendiente había conseguido dada la confianza que Enómao tenía en la rapidez de sus caballos, guiados por el auriga Mírtilo, de manera que todos los que habían intentado vencer a Enómao habían sido muertos por él. Pero esto no desanimó al audaz Pélope, que, junto con su enamorada sobornó al auriga con la promesa de la mitad de su reino y de los favores de Hipodamía, de tal modo que entre los tres urdieron una trampa por la que sustituirían los pernos metálicos de las ruedas del carro de Enómao por otros de cera. Como consecuencia de este ardid Enómao resultó muerto arrastrado por sus caballos. De esta forma los enamorados pudieron desposarse. Pero la trampa les iba a causar desdichas sin cuento Las elecciones generales celebradas el día 14 de marzo han supuesto un vuelco respecto a las previsiones que figuraban el los sondeos la misma semana de su celebración. Estos sondeos daban ventaja al Partido Popular sobre el PSOE, de manera que estaba al alcance de los conservadores la gestión de una tercera legislatura, apoyada por los buenos resultados macroeconómicos y por unas buenas expectativas de futuro en este terreno. Pero el día 11 de marzo la tragedia se cebó en la sociedad española de la mano del más terrible atentado terrorista que contempla la historia de España. Como es natural, la primera sospechosa de tamaña brutalidad fue la banda terrorista ETA. Aún admitiendo esta hipótesis, había algunas piezas que no encajaban bien y que dieron lugar a la sospecha de que pudiera tratarse de una acción del terrorismo islámico que, a través de esa masacre se tomaría cumplida venganza por el apoyo prestado por el gobierno español a la intervención militar en Irak. Nunca ETA había perpetrado una acción terrorista de dimensiones semejantes. Por otro lado, difícilmente podía obtener el abertzalismo rentabilidad política de semejante barbaridad; ahora bien, no debemos tomar este último argumento como la prueba sólida de la imposibilidad de la supuesta autoría por parte de ETA. Sea como fuere, el caso es que, por primera vez en la desdichada historia del terrorismo en España, había dudas sobre los verdaderos autores del brutal atentado. A partir de este hecho comenzó a cambiar la situación. En efecto, correspondía al Gobierno de la nación informar cumplidamente a los ciudadanos sobre la autoría del atentado. La secuencia la conocemos todos y las interpretaciones de esta secuencia contribuyeron a incubar el huevo de la serpiente y la división en la sociedad. Unos y otros pensaban que el contrario pretendía obtener ventaja electoral de la situación. Pero insisto, era el Gobierno de la nación el que estaba obligado a disipar las dudas y a desactivar la crispación que estaban produciendo las hipótesis sobre la autoría del atentado. Y no lo hizo o lo hizo mal y esto alimentó las dudas de una buena parte de la sociedad sobre la transparencia del gobierno a la hora de informar. Parecía que el gobierno temía decir la verdad por si ella le fuese a perjudicar electoralmente. En consecuencia creció la sospecha de que en la carrera de carros electoral, era el gobierno del PP (Pélope y Mírtilo en la fábula) el que pretendería sustituir los pernos metálicos del juego limpio y la transparencia informativa por otros de cera a través del opacidad en la información, sin percatarse que serían ellos los que se verían arrastrados por los caballos de la voluntad popular como castigo por el ardid urdido. Fueron castigados y perdieron las elecciones. Lo más triste de todo esto son los muertos y las familias destrozadas por la barbarie. Pero también es muy triste comprobar cómo, a lo largo de los días que sucedieron al atentado la crispación creció exponencialmente y se sucedieron las acusaciones y los insultos de unos y otros en un tono que atentaba contra la cordura. No hay más que leer ciertos artículos de opinión que se publicaron esos días en algunos medios para comprobar el grado de confrontación al que se llegó. El último de estos episodios de insensata crispación lo ha protagonizado la todavía ministra de Educación (he dicho bien, de Educación) al cuestionar la legitimidad democrática de los resultados electorales a tenor de la torva manipulación del sentimiento de dolor dejado en muchos por el atentado y aprovechado por unos pocos para convencerles de la necesidad de votar el domingo día 14. Edmun Burke, en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia decía que, al ser las sociedades un producto histórico, a largo plazo, los pueblos vuelven hacia sus viejas tradiciones. En el caso español, un rasgo que ha dado carácter a la sociedad española a lo largo de todo el siglo XIX y buena parte del XX, ha sido el continuo enfrentamiento entre españoles en defensa de sus ideas contra el otro. Sabemos cómo, a lo largo del siglo XIX, los cambios de gobierno se hicieron frecuentemente recurriendo a las botas y no a los votos. También recordamos los lamentables ejemplos de enfrentamiento antidemocrático que se sucedieron a lo largo de la Transición de la dictadura a la democracia. Pero ahora disfrutamos, o al menos deberíamos disfrutar, de un sistema que consagra los valores del juego limpio en política y de la legítima confrontación de ideas sin necesidad para ello de utilizar palabras gruesas ni insultos y descalificaciones hacia el rival político. Y esto último es lo que ha ocurrido en los días siguientes a la matanza de Madrid. A mi modo de ver, todos los que se han engolfado en este lamentable cruce de acusaciones deberían hacer examen de conciencia y pensar si con su reprobable modo de conducirse no han contribuido a sustituir los pernos metálicos del carro de la convivencia en paz y en democracia por otros de cera. El candidato ganador de las pasadas elecciones, José Luis Rodríguez Zapatero, en su primera comparecencia pública después de saberse ganador, ha prometido un cambio de estilo en la política española y ha dicho que gobernará para todos con humildad y haciendo del diálogo bandera de su modo de actuar. Por otro lado, en el Partido Popular hay muchas personas sensatas, como es el caso de Mariano Rajoy, que podrán colaborar a la restauración del buen clima de convivencia y al fortalecimiento del respeto hacia el contrario. En definitiva, unos y otros tienen la responsabilidad y la obligación de asegurar la solidez de los pernos metálicos de las ruedas del carro en el que todos estamos subidos. No dudo que así será.

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