TRIBUNA
Un mundo nuevo es posible
LOS RECIENTES acontecimientos habidos en nuestro país y los que están sucediéndose cada día en todo el mundo nos hablan de la necesidad urgente de apoyar ese mundo nuevo en ciernes que está presente en las mentes y en la vida de muchos millones de personas en todo el planeta, y que ha de sustentarse en un nuevo orden mundial. Término, éste último, acuñado en los últimos tiempos, con significados diferentes según cuál sea su procedencia. Hoy ese nuevo orden mundial no puede sustentarse ya en el uso de la fuerza para imponer las ideas del más poderoso. Esto está fracasando en todas partes (en Afganistán, en Iraq, en Palestina). Es preciso el respeto a la legalidad internacional, el diálogo y la solidaridad entre todos los pueblos. Ese mundo nuevo debería caracterizarse por ser: -Un mundo en paz, lo que significa no sólo ausencia de guerras externas, sino también internas (es decir, en las mentes de los hombres). Un mundo en paz es posible en un mundo solidario, donde impere la justicia y desaparezca la explotación de los seres humanos. Un mundo que viva esa Cultura de Paz que la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó para el año 2000 (inicio de un nuevo milenio, de una nueva etapa mundial) y más recientemente para el período 2001-2010 como el Decenio Internacional de una Cultura de Paz y No Violencia para los Niños y Niñas del Mundo. Este es el mundo nuevo que demandan con insistencia casi todos los pueblos de la Tierra, a lo largo y ancho del planeta, a través de manifestaciones cada vez más multitudinarias. -Un mundo sin terror y sin miedo. Para ello el término terrorismo (utilizado hoy generalmente en beneficio de los intereses perversos de los gobernantes tiranos y explotadores) ha de entenderse en su justa dimensión, lo que obliga a reconocer, en primer lugar, que el peor terrorismo actual es el que se ejerce desde los estados. El otro terrorismo (sobre todo el injustamente denominado terrorismo islámico) sólo desaparecerá cuando desaparezca aquél, y cuando cese la opresión y la persecución a nivel mundial que padecen ciertos pueblos y ciertas culturas (lo que en ningún modo significa que algún tipo de terrorismo pueda justificarse jamás). Creo que fue el historiador británico Arnold Toynbee el que dijo que la tercera guerra mundial vendría en forma de terrorismo de parte de los pueblos oprimidos. ¿No acertó a predecir lo que está ocurriendo hoy en nuestro mundo? ¿Seremos capaces de analizar las causas verdaderas -no las aparentes- de ese desgraciado fenómeno actual y ponerle solución? -Una nueva forma de hacer política. Probablemente sea éste el aspecto de nuestra vida social que más debería cambiar. Tiene que desaparecer esa vieja forma de hacer política, basada fundamentalmente en utilizar el poder para obtener beneficios personales y de partido, y no para el servicio a los ciudadanos, como exige el verdadero arte de la política desde Platón, quien decía: «El poder sólo se debería conceder a personas que no lo adoraran». Y afirmaba también: «El verdadero gobernante no ejerce, en realidad, el cargo para mirar por su propio bien, sino por el bien del gobernado». Aquí está el soporte y la verdadera razón moral de la nueva forma de hacer política, que los pueblos exigen y que los que han perdido la fe en la humanidad consideran ingenuo. Los pueblos sancionan y rechazan, cada vez con una mayor conciencia y madurez social, a los políticos corrompidos por el poder, a los autoritarios, a los demagogos, a los que desprecian el sentir popular, a los que no tienen escrúpulos a la hora de utilizar todos los medios a su alcance para conseguir sus objetivos egoístas y ambiciosos. El pueblo español, extraordinariamente curtido por el sufrimiento y los avatares de la vida, como casi todos los pueblos, ha dado señales inequívocas de madurez y de responsabilidad, y ha sabido censurar a los políticos deshonestos. Lo hizo en el año 1996 y recientemente el pasado 14-M, cumpliéndose ese dicho «cada uno recoge lo que siembra», principio que rige siempre nuestras vidas y que no deberían olvidar nunca los que gobiernan. Es preciso que esta toma de decisión y de responsabilidad por parte de los ciudadanos se extienda cada vez más, tanto a nivel local y autonómico como a nivel nacional, para barrer del mapa político a los que denigran ese gran arte de servir a los demás, que debe ser la política (con mayúsculas). Es urgente llevar a cabo una regeneración de esta política, como ciencia y arte que es de servir a los ciudadanos, sabiendo que sólo pueden ejercerla con dignidad quienes hayan superado ya, en su evolución individual, las necesidades egocéntricas y aspiren a la integración y a la unidad de la raza humana y al servicio solidario. Es necesario introducir nuevos aires en el mundo político, y que el diálogo, la tolerancia y el respeto por las ideas ajenas estén siempre presentes como uno de los derechos fundamentales de todo ser humano. Tienen que desaparecer la intolerancia, la crispación y la agresividad que caracterizan a una gran parte de los representantes del pueblo. ¿No se les ocurre pensar a sus señorías en el espectáculo deplorable y bochornoso que originan, con tanta frecuencia, ante los ciudadanos, y en especial el mal ejemplo que dan a niños y jóvenes? ¿A quién puede beneficiar esa vieja forma de hacer política? -Un mundo con una televisión libre y responsable. El poder que hoy detenta la televisión sobre la gran mayoría de los ciudadanos, ningún otro poder (político, económico o religioso) lo había ejercido jamás. Por eso la vieja forma de hacer política (la del político sin escrúpulos y deshonesto) ha manipulado la televisión cuanto ha podido para sus intereses partidarios y mezquinos. Los programas televisivos que generan violencia, envidia, ambición, competitividad, egoísmo, falta de libertad, etcétera, son demasiado numerosos. Probablemente sea el mayor cáncer y la mayor corrupción que sufre nuestra sociedad, y en especial las mentes y los sentimientos frágiles de los niños y jóvenes. La influencia perniciosa que ejercen esos programas quizás sea la principal causa de esa nueva clase social sin valores ni principios, sin ética, que se basa en el «todo vale con tal de que genere beneficios». Urge, pues, una regulación y un control de ese inmenso poder que detenta la televisión, por parte del nuevo gobierno, pero también urge una toma de responsabilidad personal por parte de todos y cada uno de los ciudadanos (y en especial de padres y educadores) a la hora de encender ese aparato llamado televisor. El poder que ejerce la televisión sobre los ciudadanos puede y debe ser utilizado para apoyar el nacimiento de ese mundo nuevo, un mundo en el que reine la paz, la solidaridad, la justicia y la fraternidad. ¡Cuánto puede y tiene que decir la televisión a este respecto! Es preciso soñar que ese mundo nuevo es tan necesario como posible. Depende de la voluntad de los ciudadanos del mundo, depende de nosotros. «Cuando soñamos solos, sólo es un sueño, pero cuando soñamos juntos, el sueño puede convertirse en realidad», dice la pacifista Cora Weiss.