Iluminación y horario

CUANDO nos acostamos el pasado sábado ya sabíamos que íbamos a dormir una hora menos. Para consolarnos pensamos que también oscurecería más tarde y que, además, el cambio horario iba a servir para ahorrar un buen montón de millones en energía. Creo que la mayoría estará de acuerdo en que ese ahorro será beneficioso para todos y el precio de una hora menos de sueño no es demasiado caro. La realidad se impuso en la mañana del lunes, cuando vuelve la gente a su actividad cotidiana y no sólo lo hace en esta ocasión con la cara de los lunes y el cansancio añadido de esa hora menos, sino que además constata al subir la persiana que todavía es de noche. «Claro -se dice el madrugador- es que son las seis y media de la semana pasada, aunque ahora el despertador marque las siete y media». Cuando, todavía somnoliento, sale a la calle se esfuerza por abrir bien los ojos, porque resulta que sigue siendo de noche. Y eso ya lo sabía, pero es que no funcionan ya las farolas del servicio de alumbrado público. «Son sólo las ocho de la mañana -piensa- pero es que la semana pasada eran las siete en este mismo momento y entonces había luz en las farolas, porque era de noche. Ahora, como son las ocho, están apagadas, pero aquí no se ve un burro a tres pasos». Se esfuerza nuestro madrugador en aguzar su vista y comprueba que alguien pasa al fondo de la calle, pero no podría decir si es hombre o mujer, anciano o niño. Se aprecia el bulto, pero nada más. Como en este lunes 29 de marzo el cielo está encapotado y el suelo mojado por la lluvia, tiene además que poner especial cuidado en donde pisa, porque alguna pintura semidespintada del asfalto y alguna tapa de alcantarilla son extremadamente peligrosas por lo resbaladizas cuando están húmedas. Así que nuestro madrugador rezunga por lo bajo mientras anda con pies de plomo para evitar que esta negra mañana de lunes le dé más sorpresas. «Una hora menos, pero más luz, por favor», se escucha.