Lo que hay que ver

LA NUEVA campaña de seguridad vial de la Dirección General de Tráfico recupera lo que según ellos son «imágenes fuertes y duras». Se disculpan por hacerlo y alegan que la finalidad es buena: disminuir el pavoroso número de accidentes automovilísticos de nuestro país. Agradecemos la cortesía, pero no tienen por qué excusarse. Cualquier televidente aplicado de mediana edad ha visto en la tele unos siete mil muertos, sin contar indios. La violencia está al desorden del día y el éxito de algunas películas se mide por los hectólitros de hemoglobina. Eso en cuanto a la violencia fingida. La real es mucho más terrible. Acabamos de batir la plusmarca en cuanto a «imágenes fuertes y duras». Fotografías espléndidas, nítidas y coloreadas, nos muestran lo que queda de cuatro americanos. Fueron linchados, quemados y descuartizados. Después los colgaron sobre un puente. La falla humana dejó unos restos caprichosamente retorcidos y a su alrededor los iraquíes hacían el signo de la victoria, mientras enseñaban letreros donde escribieron un pronóstico optimista: «Faluya, cementerio de los americanos». De las tres cosas que hacen del mundo un lugar poco recomendable para vivir -la crueldad, la ignorancia y la miseria- la primera vive uno de sus momentos cumbres. Los embalses de odio se han desbordado y lo anegan todo. Sabíamos que la guerra «al hombre entigrece», pero en estos momentos nos damos cuenta de que no hay tigres con un grado de ferocidad comparable a la humana. Una vez más, sentimos lo que Valle Inclán llamó «vergüenza biológica», una especie de reproche íntimo por pertenecer al género. Aún no sabemos lo que nos queda que ver. El jefe de Tedax-NBQ teme otro 11-M, pero con armas químicas o biológicas. Asegura que en los foros internacionales se ve esta posibilidad como «real». Si los terroristas emplearon explosivos, ahora están en inmejorable disposición para usar otras cosas. El progreso moral no existe, pero el otro no se detiene. Pertenecemos a una especie inteligente.