Los más pobres

SIEMPRE se revelan los que tienen menos que perder. Las revueltas callejeras de los chiíes en Irak se han convertido en una verdadera insurrección. La encabeza, como es habitual en las tierras secas, un líder religioso. Disponen de muchos. Siempre que la gente pasa hambre en este planeta caótico, aspira a subir al cielo, donde se supone que estarán todos sobrealimentados y donde no habrá más que dos problemas: el colesterol y saber si a Dios se le habla de tu o de usted. La rebelión chií está dirigida por un clérigo llamado Múqtada al Sáder, una especie de cura Merino de Faluya, y se ha extendido velozmente por Bagdad y Basora, en la peor racha de violencia que se ha producido desde que los americanos y sus aliados creyeron que habían ganado la guerra. Muchos muertos después de la pacificación. Tantos, que cada vez urge más el traspaso de poderes y el promotor del desastre, George Bush, asegura que se hará el 30 de junio. Mientras, nosotros vamos a duplicar el contingente de tropas españolas en Nayaf. ¿Por qué serán los pobres los que lleven peor las invasiones? Cuando el dos de mayo español, fue el pueblo el que se reveló contra los franceses, no las clases acomodadas. Lo cuenta Espronceda en un poema menos inspirado que vehemente. «Ah, la canalla, la canalla en tanto...». Cuando otros se escondían, ella dio la cara. (En su segunda acepción, que es a la que alude el poeta romántico, la palabra canalla se refiere a la «gente baja y ruin»). No se sabe por qué, pero siempre se reclutan los patriotas entre las personas más desfavorecidas en su patria. En la manifestación de Leganés podían leerse pancartas que decían: «La clase obrera paga las guerras del capital». La guerra de Irak no la motivó sólo el derrocamiento del odioso Sadam Husein, ni su improbable arsenal de armas. Fue una guerra petrolífera y vengativa. Se necesitaban culpables del desmochamiento de las Torres Gemelas. La verdad es que duró poco. Lo que va para largo es la posguerra.