Diario de León

NUBES Y CLAROS

El gusto por decreto

Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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SON los barceloneses gente espabilada. Hicieron las olimpiadas en el 92 y se construyeron en el proceso una modernísima parte de la ciudad donde antes había poco menos que un vertedero. Ahora, con el invento de lo del Fórum, consiguen proyección internacional y una inyección de dinero con la que por estos lares ni soñamos, que una vez pasado el evento dejará un antaño estercolero convertido en la parte más in de la ciudad. En este proceso de modernización buscan a menudo el distanciamiento desde la oficialidad de lo más tradicional de la cultura nacional, que puede gustar o no, pero ahí está. La alergia a todo lo que pueda sonar a rancia herencia les lleva a sinrazones como la vivida esta semana. Barcelona se declara ciudad antitaurina, leemos en los titulares. Una prueba más de la perversión del lenguaje y la manipulación de las palabras. Lo estrictamente cierto es que los partidos que forman el Ayuntamiento barcelonés aprobaron, por 21 votos a favor, 15 en contra y dos en blanco, una declaración institucional en contra de las corridas de toros. O sea, que la mayoría de 38 personas rechazan la Fiesta. Cosa muy distinta a un referéndum entre la ciudadanía. Declarar que Barcelona es ciudad antitaurina es como decidir desde el consistorio que a los leoneses no nos gusta el arroz con leche. Otra cosa tendría que decir el histórico y abandonado coso de Las Arenas, con futuro de centro comercial; o la Monumental de Barcelona, escenario de eventos taurinos cada domingo de temporada a pesar de algunos. Y para goce de otros muchos miles, a juzgar por la entrada que suele registrar. Los 21 antitaurinos justifican su decisión en que, según una ley, los animales «están dotados de sensibilidad física y psíquica». Eso ya lo sabía Cúchares sin equipo técnico de asesoramiento. Y, desde él, todos los toreros. Esa sensibilidad es, precisamente, la base del arte del toreo. Que éste guste o no es otro asunto. Lo taurino lleva a gala la libertad tanto de sus seguidores como de los detractores. El que no quiera, que no venga.

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