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Publicado por
MANU LEGUINECHE
León

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SON dos clérigos chiitas. Uno, Ali Sistani, venerable y venerado representa el papel del Mahatma Gandhi: Se opone a las fuerzas de la coalición de Irak, pero lo hace con mesura, guardando las formas. El otro, Moqtada al Sadr, un treintañero, gigantón levantisco y extremista, orador magnético, hace el papel de un Che Guevara, dispuesto a levantar muchos Vietnam en la geografía chiita. Arde la zona, llega la revuelta chiita, la peor noticia que podía esperar, tras la explosión del triángulo sunita, el presidente Bush y su procónsul Bremer. Todo porque se les ocurrió cerrar un periódico afin a Moqtada, una hoja parroquial que tiraba pocos ejemplares, pero que se metía mucho con Bremer. Luego, le tocó el turno a Yaqubi, otro clérigo próximo al líder del ala radical del chiísmo, al que acusan de haber dado muerte a un religioso prooccidental llamado Al Khoi. Fue una última chispa que encendió la mecha antes de la orden de busca y captura dictada contra Moqtada y la manifestación de Nayaf a la que respondieron con fuego real los españoles de la Plus Ultra. Estamos ante una psicopatología más que ante un conflicto religioso. Es el gran desafío (en la lucha por el poder) entre el venerable y el radical, el Gandhi y el Guevara. Moqtada al Sadr, a cuyo padre y hermanos mataron los esbirros de Sadam Huseín, tiene su primer foco de apoyo en Bagdad, en el barrio que lleva el nombre de su padre, que era discípulo de Jomeini. Ali Sistani es más árabe-nacionalista, menos político que Sadr. Los partidarios de este, que porta el turbante de los descendientes del profeta, son los desheredados, los abandonados a su suerte. Más del 60 por ciento de la población activa está en el paro. El 70 por ciento del total cuenta menos de 20 años. Un polvorín. Jóvenes en paro, frustrados, que vuelcan su ira contra las fuerzas de la coalición, que llegaron para poner la paz y han terminado abriendo fuego contra sus teóricos defendidos. Como los hezbolá libaneses la fe común, la tribu y el deseo de martirio y una misma estrategia militar unen a las fuerzas irregulares de Moqtada. Eran quinientos y se han transformado en unos diez mil. No cobran soldada, pero las familias reciben asistencia médica y otras ayudas. Destruyen los comercios en los que se vende alcohol y se ocupan, según la ley de la «sharia», de la moralidad pública. Se llaman ejército de Al Mahdi porque descansan en el oculto duodécimo imán chiita que vendrá al fin de los tiempos para salvar al mundo de la injusticia. A los moderados les atrae la figura de Ali Sistani, a los descamisados, que no tienen nada que perder, les fascina Al Sadr, que parecía dispuesto a pasar a la lucha armada. Han perdido la paciencia. Ven que no progresan con pactos y buenas palabras y se unen a las Milicias del Mesías, la punta de diamante del chiísmo radical. Van vestidos de negro con una cinta verde sobre la cabeza. Estos ejércitos privados se niegan (o no les dejan) integrarse en las fuerzas armadas nacionales. Si tampoco las milicias kurdas (peshmergas) se desarman, mal futuro le espera a Irak.