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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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NADIE puede pretender que las turbamultas que se desplazan por las calles de las ciudades iraquíes son unidades terroristas. Pretender simplificar de esa forma el problema sería, sencillamente, hacerlo indigestible. La insurrección popular ha concitado la presencia simultánea en el ataque a las posiciones de la fuerzas invasoras de los miembros de dos grupos tribales que parecían imposibles de conciliar. Sólo el rechazo al invasor ha motivado esa acción aparentemente coordinada de los chiies y los suniés. Y nuestros soldados están en medio de una refriega que aparenta ser cada vez más difícil de controlar. Estamos en una auténtica ratonera. Nadie se atreve a recordar la motivación humanitarias que se invocaron para esa movilización. Quizá porque desde la guerra de Ifni, ningún soldado español había matado a nadie en una acción militar. Y esta realidad es independiente de que no se discuta la proporción utilizada en la defensa propia. Pero ya no podemos decir que nunca un soldado español derramó sangre iraquí. ¿Y donde está el responsable de esta tragedia? José María Aznar se va a dar clases en las universidades norteamericanas sin que se haya tomado la molestia de excusarse por aquellas frases que le dijo mirando a los ojos de Ernesto Sáenz de Buruaga: «Yo le puedo asegurar que en Irak hay armas de destrucción masiva». También nos dijo que Sadam Huseín tenía vínculos con Osama Bin Laden cuando lo cierto es que, gracias a la invasión de Irak esos vínculos no son sólo existentes en la actualidad sino que cada día que pasa lo serán más sólidos. No es fácil salir de este avispero al que nunca debimos entrar porque quienes nos llevaron con el engaño nos acusan de ceder al terrorismo cuando queremos marcharnos. Con esas cartas tan marcadas es difícil jugar una partida limpia. Sobre todo porque los causantes de esta tragedia, George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar, lejos de reconocer su error acusan a quienes acertaron en el diagnóstico de ceder al chantaje terrorista. José María Aznar ya ha salido despedido del poder. Ahora les queda por hacer su trabajo a los ciudadanos del Reino Unido y de los Estados Unidos. El camino ya está trazado. Pero este embrollo no es sencillo de solucionar.