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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EL SAGRADO puerto de El Pireo está vigilado por miembros del Ejército griego, armados con esos fusiles que pueden disparar más balas por segundo que centímetros pueden recorrer en ese tiempo los mejores velocistas. Atenas toma toda clase de precauciones contra el terrorismo. Si viviera Aristóteles podría ser secuestrado para llamar la atención. Después del atentado del 11-M en Madrid, las autoridades griegas han solicitado la ayuda internacional. No el laurel sereno de la victoria de algún atleta nativo, sino la seguridad de los espectadores es su obsesión. Intentan blindarse contra el terrorismo, ese enemigo invisible, y se han gastado ya mil millones de euros. Estos Juegos Olímpicos van a salir por un pico, más del triple de lo que costaron los de Sidney en el año 2000. Hay policías en el aeropuerto y en la Acrópolis y en los autobuses donde viajan los deportistas. De momento, antes de que todo empiece, ya se ha batido una plusmarca, la de vigilantes: 52.000 hombres han sido desplegados. Cuentan los historiadores que cuando Grecia era una luz y unos cuantos hombres empezaron a pensar debajo de las higueras, se suspendían las guerras cuando empezaban las Olimpiadas. Un gran acuerdo. Lo primero es lo primero y ya habrá tiempo después para matarse. Ahora ocurre todo lo contrario: se aprovechan las Olimpiadas para activar las guerras. Los epinicios con los que Píndaro cantaba la gloria de los vencedores se han transformado en posibles objetivos de Bin Laden. ¿Qué diría el grandioso poeta si pudiera ver lo que está ocurriendo? Píndaro, según los mismos historiadores, era un poco maricón, y terminó sus días en los gimnasios, mirando de reojo a los atletas desnudos y sin hacer daño a nadie. No podría concebir una mente sana en un cuerpo despedazado por una bomba. En su época no las había y ahora existe un superávit. Las últimas han caído sobre una mezquita de Faluya. «Queríamos matar a los que estaban dentro», ha dicho un teniente coronel americano. Se esperan otras bombas en los estadios, que son las mezquitas de Occidente.