EL RINCÓN
Un muro de cemento
EN RÍO de Janeiro han decidido defenderse de los pobres levantando un muro de cemento de tres metros de alto para aislar las favelas más violentas. Se supone que por muy ágiles que estén los menesterosos no podrán saltarlo. La iniciativa, que quizá sea imitada en otros sitios, ha partido de la gobernadora de la prodigiosa ciudad, que pertenece a un partido de centroderecha, o sea muy de derechas. Los barrios de Vigidal, de Rocinha o Chacara do Ceu están llenos de gente de mal vivir, que no conviene que se junten con los que viven bien. En ellos se concentra la venta de droga y es frecuente que anden a tiro limpio con la policía. Un carnaval sangriento. Existe una imagen convencional de Brasil compuesta de genios del fútbol, de alegría y de muchachas de canela con culos como norays que bailan la samba y se ríen por todo. Los que hemos andado por allí sabemos que eso encubre una pavorosa miseria y una terrorífica desigualdad social. El presidente Lula da Silva, que procede de las nutridas legiones de desharrapados, prometió corregir esa situación. Se conoce que no contó bien a los indigentes. Son numerosísimos y entre ellos muy pocos se conforman con lo que no tienen. La pobreza es una afrenta y la idea de que los desheredados vivan extramuros no va a resultar viable. Si se condena a los pobres a vivir juntos, ¿a quiénes van a atracar? No podrán pedirse limosna unos a otros, ya que nadie puede socorrer a nadie en un sitio donde todos piden socorro. Allí la selva está encima de las favelas y en las favelas todo es selva. A quienes residen en esa jungla con barracas, ¿se les puede pedir que sean unos ciudadanos ejemplares? Lo que se les va a pedir ahora es que no se salten el muro y se mezclen con las personas respetables. Más que nada por si éstos instalan almenas en la muralla, con vigilantes armados. Los ricos y los que aspiran a serlo, o simplemente