Diario de León

CON VIENTO FRESCO

El talante de Zapatero

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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RODRÍGUEZ Zapatero quiere gobernar, en esta legislatura, con un nuevo talante. Ha ofrecido a tirios y troyanos, a compañeros de viaje y a la oposición, gobernar con otro talante, con un mejor talante. El talante es la disposición o la manera como se ejecuta una cosa; es sinónimo de carácter, y ya saben que éste es, en la personalidad de un individuo, aquello que se adquiere en el proceso de socialización, a diferencia del temperamento que es innato, nacemos con él y no podemos sino soportarlo o entreverarlo con un buen carácter. Por tanto talante es lo que se adquiere con la educación. Tener buen talante es tener una buena educación. Zapatero quiere ser un presidente educado. En el acto de investidura fue, sin duda, un candidato educado. La insistencia en gobernar con otro talante no es, sin embargo, inocente. Cuando uno habla tan insistentemente de que quiere gobernar, en las formas, de otra manera es porque se pretende con ello marcar distancias con el carácter del otro; aquí en concreto se trataba de mostrar la mala educación del anterior presidente. Aznar, se nos vino a decir, tenía un mal talante, es decir, horrible mala leche y peor educación. A tenor de alguna encuesta publicada ayer domingo creo que ese mensaje tan explícito ha calado en una buena parte de la opinión pública. No se cuestiona los éxitos económicos del anterior gobierno, ni la lucha positiva contra el terrorismo de ETA; se critica la forma de gobernar de Aznar, personaje al que se le caracteriza, ridiculizándolo, como autoritario, prepotente, hosco e incapaz del menor el menor diálogo con la oposición. La cuestión está en saber si el talante es solo una facultad que modela el carácter del individuo o, entre los políticos, está condicionado por el contexto electoral o político que le toca a cada uno padecer. Hacer de la necesidad virtud, eso es lo que me parece que está en toda esta panoplia de llamadas al diálogo. Felipe González como Aznar, mientras tuvieron mayorías absolutas con las que gobernar, mostraron un talante muy semejante, autoritario y poco dialogante; pero cuando tuvieron que gobernar en minoría, pusieron una sonrisa de oreja a oreja y hablaron de diálogo y negociación con aquellos que les prestaron sus apoyos para poder hacerlo. A Zapatero, en esta legislatura, no le queda más remedio que dialogar y poner buena cara; pues necesita de bastantes apoyos para atravesarla sin naufragar. De lo que se trata es de saber cómo llegará el barco al final de la singladura, si entero o desarbolado. No me desdigo de afirmaciones hechas en otros momentos, en los que he criticado el actual sistema electoral. En democracia soy partidario de las mayorías absolutas; pues los lectores, por mayoría, eligen a los políticos y el programa que quieren que apliquen en la legislatura; no me gusta que grupos minoritarios, por su apoyo al candidato, obtengan beneficios políticos que no les han dado las urnas. Con todo, y en las actuales condiciones, me alegra la buena disposición de Rodríguez Zapatero al diálogo. Creo que el guante lo ha recogido Rajoy sin reticencias y que con éste podrá negociar todos los grandes temas que afectan a la vida política española, especialmente la lucha contra el terrorismo, pero también la reformas, mínimas al parecer, de la Constitución y los Estatutos de Atonomía. El problema surgirá cuando, además de diálogo, sus socios le exijan también las contrapartidas negociadas, de las que Zapatero astutamente no se atrevió a concretar en la investidura. Un ejemplo, aunque en este caso no sea un socio, lo hemos visto con el zorrocotroco de J. Erkoreka, portavoz de un PNV cada vez más inmovil en sus cerriles y antidemocráticas posturas. ¿Qué diálogo se puede mantener con un cenutrio y pedante como éste? Para dialogar se necesita que dos estén dispuestos a revisar las ideas sobre las que se dialoga, pero ya hemos visto que los nacionalistas exigen a los demás cambios, pero ellos no mueven ni una coma ¿De qué va Zapatero a dialogar con éstos?. Dialogar, si; pero gobernar para las mayorías.

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