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Publicado por
VENANCIO IGLESIAS MARTÍN
León

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A MÍ, doña Carme, no me preocupa la educación; como profesor, ya lo sabe: los guajes me cansaban, me jubilé, y como persona, por muchas otras razones, y crea que no soy pesimista. La primera porque yo mismo no supe darme una educación mejor. La segunda porque ni el poder puede con la tele y sus programas de descerebrados y cochambre, ni la familia en general ha aprendido el manejo del mando a distancia y el control de imágenes que deben o no entrar en el hogar (el hombre es tonto de natura: impide que le dejen la basura en la puerta pero pone el televisor en el mejor lugar de la casa y lo mantiene arrojando peste todo el día). La tercera porque las reformas¿ Una vez explicaba yo la poética de Juan Ramón y cómo después de depurar el poema había que abandonarlo a su perfección sin más y citaba al poeta en su conocida expresión: -No la toques ya más que así es la rosa. Un muchacho distraidillo se puso colorado, me miró enfadado y me dijo: -Ahora no estaba haciendo nada, profe. Y su compañera Rosa lo corroboró. Pues eso. No toquen más la reforma de la reforma de la reforma para reformar otra vez porque así son la Rosa y su amiguito y probablemente el problema no esté en los programas, aunque estos deben ser escrupulosamente vigilados para que nadie los interprete a su gusto e interés político. La cuarta los sindicatos. La quinta¿ La quinta es la del Sordo. Entre Goya y Beethoven, Taratachín, tararará. Yo, si volviera al aula, la formularía de esta manera (es decir, comprobaría que no hay solución): «¡Padres! Denme a su chico educado que yo trataré de enseñarle ideas que aumenten exponencialmente su educación. Si me lo dan mal educado, las ideas no van a ejercer ningún beneficio tangible sobre su alma y él mismo se convertiría en fermento que destruye la eficacia de las mismas en muchos de sus compañeros». Claro, hombre, claro. Es verdad que siempre me pueden decir: ¿Y con qué programas lo va a educar? Entonces es cuando se puede contestar: -Doña Carme, el arte no tiene programas. Tiene técnicas pero no programas. Cuando un artista tiene programa es que se ha vendido al poder. Cada conocimiento tendrá su técnica; y cada cabeza exigirá la suya (el buen profesor dispone de muchas), pero el programa no puede ser otra cosa que el guión prescindible del buen profesor. ¿Y el libro de texto? El libro de texto es el guión de los conocimientos exactos que el chico debe tener pero no la férula del profesor con la que se le sacude al alumno. Por el tono de estas reflexiones, doña Carme, ya puede deducir que el firmante es un escéptico por muchas razones: primero porque el prestigio del profesor es indispensable para que pueda dar un paso provechoso en su trabajo y que resulta idiota toda reforma que no se apoya en el prestigio bien fundado del profesorado. Segundo, porque, aunque el prestigio no va ligado a la economía, es muy difícil cumplir la propia función sin el aliciente de ver resuelta la miseria económica del día a día. Tercero, porque sobran cursos, cursillos y simposios menesterosos de ciencia y sobrados de metodología y pedantería pedagógica y falta de relación estrecha con el alma mater del profesorado, la Universidad española o extranjera. Cuarto, porque un profesor, como un pintor o escultor, debe poder mantenerse al día en la investigación y la formación intelectual que precisa para trabajar: Quinto, porque sobran leyes (¡leches!) en las que el partido de turno se esfuerza por demostrar su sabiduría educativa sin saber, ni de oídas, lo que es un chico concreto y el contexto del que procede y sin saber qué sea un profesor aparte de funcionario al que se quiere sumiso y, si es posible, del partido. Sexto, no fornicar: eso; que es preciso cortar por lo sano la basura que las cadenas televisivas meten en casa en nombre de no sé qué coña que ellas llaman libertad de expresión; basura que vacía la inteligencia de abuelos, padres y alumnos, estupidiza su sensibilidad y relativiza o hace idiotas todos los valores sobre los que puede asentarse la educación. ¿En nombre de qué se permite la indecencia, la zafiedad y la grosería brutal como modelos; el puterío como instrumento ideal para triunfar; la mariconería y la mariconada como alimento repugnante de la estética y el humor; la burla y el insulto como medios de erosión del prestigio de políticos o intelectuales que hacen lo que pueden? Y puestos a hacer preguntas nada impertinentes, ¿cuándo los artistas, científicos e intelectuales volverán a la creación, investigación y reflexión serenas? ¿Cuándo renunciarán al combate partidista para hacerse del partido de los auténticos artistas e intelectuales, no corruptibles ni necesitados de la subvención o el premio que compra su libertad? ¿Cuándo dejarán de pagar al poder ese impuesto revolucionario? ¿Todo lo que se le ocurre a la política es hablar de más ordenadores por aula o de la supresión o aumento de las clases de religión o de la supresión de pruebas de conjunto, o en pegarle un solfa a la vivienda, etcétera? ¿En qué medios aparecen programas científicos que complementen conocimientos que el chico debe aprender en el aula? ¿Dónde están las artes y los artistas que deben ser el modelo de la sensibilidad para el alumno que se está educando? ¿Por qué la poesía y la música sufren un descrédito pavoroso y se ha abandonado el drama, la gimnástica y el pensamiento riguroso en la formación de alumnos y profesores? No sigo. Si la casa anda siempre de reformas, se vuelve inhabitable y el hogar desaparece. ¿Qué me repito? ¡Eso va a ser cosa del riego! No, no quiero seguir. Me bastaría con que alguien diera respuesta eficaz a alguna de estas preguntas para proponer otras tantas. Entre tanto, como diría Unamuno, paciencia y a barajar. Un poco de torrezno, otro poquito de chorizo de la olla, pan de Manganeses de la Polvorosa o Bembibre, queso y buen vino y luego, como en las procesiones: veamos desde la barrera lo que va a pasar; la barrera tras la que no puede llegarte ningún cate, ahora que has alcanzado la libertad de repetir lo que piensas, moléstese quien se moleste. Y si nada se resuelve podremos repetir con Vallejo lo que ya sabe: «Allá las putas, Pérez Reverte y los ingleses, allá ellos, allá ellos, allá ellos».