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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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ESTÁ la sociedad española encantada con la novedad. Es el natalicio de un acto democrático: la alternancia política. Hasta los más fieles de Aznar ya le han virado la espalda y aplauden al novel.Unos por no enfrentarse a la corriente dominante; otros en busca de una gabela. Así es España. Y, de momento, a todo el mundo le gusta la criatura. Lo que hemos presenciado ha sido la puesta en escena de la manifestación de intenciones del nuevo presidente del Gobierno. Ahora, con la jura de sus cargos, cada ministro, abre ahora mismo cajones y gavetas para descubrir los instrumentos de navegación del poder. José Luis Rodríguez Zapatero está en estado de gracia. En poco menos de tres años, ha pasado de ser simple diputado a secretario general del PSOE, y de allí a la presidencia del gobierno. Nadie, en la transición española, ha sido tan rápido y, al mismo tiempo con tan pocos aspavientos y con los gestos más humildes. Sin romper un plato ni perder el estado de gracia, con la ventaja de quien no pisa callos ni hace alardes, José Luis Rodríguez Zapatero se ha instalado en el Palacio de La Moncloa. A Felipe González le costó mucho más esfuerzo. José María Aznar tuvo que sudar tinta y forzar al límite los mecanismos de asalto al poder haciendo peligrar, incluso, los límites de la resistencia del estado, juramentándose con periodistas sin escrúpulos y jueces aventureros. Los jóvenes están ilusionados, y cuando eso sucede en momentos contados de la historia, son extraordinariamente exigentes. Ahora van a examinar al presidente del Gobierno cada mañana para ver si cumple la exigencia que le formularon cuando le gritaban en la calle Ferraz, «¡no nos falles!». Los cien días de gracia se pasan rápido.Se acabaron las alegrías y los fuegos de artificio. Ahora toca gobernar.