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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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¿TOMA CAMBIO TRANQUILO! Lo dejas un minuto solo en La Moncloa, y en esos sesenta segundos cambia la política exterior de todo el aznarato. El personal se ha quedado mudo: unos, asombrados; los otros, acongojados. Los columnistas estábamos haciendo cábalas sobre las presiones que iban a caer sobre el gobierno: amenazas americanas, retorno al rincón de la historia, el fantasma del «OTAN, de entrada no»¿ El gobierno saliente se frotaba las manos, seguro de que iba a ser la primera gran promesa incumplida. Y de pronto, un fin de semana acelerado, jura de ministros, y sin tiempo para respirar, una escueta comunicación al país: las tropas regresarán de forma inmediata. Esa es la diferencia entre tener el poder y no tenerlo. Cuando estás en la oposición, valen de poco las razones: sólo uno la tiene. Cuando estás en el poder, lo único que importa es la voluntad: si la tienes, ho hay obstáculos. Ni Bush, ni OTAN, ni poderes económicos, ni intereses compartidos: lo que hay que hacer, se hace. En términos electorales, «lo que se dice se hace». Y se hizo. ¿Bien? Se pudo mejorar. Se debió dar una oportunidad a las Naciones Unidas. Se debió esperar a que la sociedad captase la evidencia de que era imposible que la ONU se hiciera cargo de Irak. Hubiera sido más estético someter la decisión al Parlamento. Quizá debió propiciarse una discusión pública abierta para sopesar si las consecuencias pueden ser tan desastrosas como Aznar había anunciado. Todo ello justifica las críticas de precipitación. Incluso sería razonable argumentar que Zapatero ha tenido más presentes los intereses de partido que los intereses de la nación. De todo eso se hablará en los próximos días. Y apasionadamente, porque estamos ante una de las cuestiones más sensibles. Pero no gastemos energías. Hacer lo que mandaron las urnas es para Zapatero más importante que todas las sesudas consideraciones estratégicas juntas. Demostrar que su palabra tiene el valor de un compromiso con la sociedad es un principio ético. Todo ello es democráticamente irreprochable. Incluso necesario en un país tan desconfiado ante su clase política. Y, en el orden práctico, el nuevo presidente del Gobierno necesitaba demostrar dos cosas: que no es precisamente un Bambi que va de fraile predicador de consensos y que tiene autoridad. Ambas han quedado demostradas. Yo creo que no hizo otra cosa que aplicar un consejo y un principio. El consejo es el que reciben todos los primerizos: manda mucho, haz ver que mandas desde el primer momento. El principio proclama: «lo que no puedas hacer el primer día, no te dejarán hacerlo nunca». Todo lo demás, incluídas las explicaciones de Bono, son alta filosofía.