TRIBUNA
«La Pasión», una lección de Mel Gibson
EL FILM de Mel Gibson, La Pasión de Cristo , tiene la notable virtud de no dejar indiferente a nadie. Puede que esa idea de lograr un impacto generalizado en el ánimo del espectador, al menos en lo concerniente a plasticidad fílmica y originalidad en el enfoque del tema, haya sido uno de los propósitos que el guionista y director americano buscase con la película. Aunque lo que él pretendió siempre, como primer objetivo de ésta obra, fue aplicarnos un latigazo en la conciencia y en el corazón. Una sacudida de emoción dolorida ante la magnitud de lo acontecido en el drama de la Pasión de Cristo. Por otra parte, han sido muchos los años, y muchas las semanas santas -cinematográficamente hablando- de túnicas, benhures y grandes espectáculos jamás contados. Relatos piadosos, si, pero laxos en su gráfica expresividad y, por tanto, en su mensaje. El público acudía por costumbre , con la honrosa excepción de personas piadosas muy interesadas todo el año en las cosas relacionadas con Dios. Se comían pipas y cacahuetes y se bebían gaseosas, mientras en la pantalla Robert Taylor, Deborah Kerr y Peter Ustinov trataban sobre Jesucristo y sus cristianos. El realizador se había cuidado muy mucho de que no hubiera sangre. Sangre ostensible y aparatosa, que pudiera herir la sensibilidad de los espectadores ... Al ordenar estas líneas viene a mi memoria la angustia que me subió a los ojos, contemplando, en la basílica de Getsemaní, de Jerusalén, la roca en la cual probablemente se apoyó el Nazareno, cuando sudó sangre. Y sangre era lo que encuentra María al abrazar los pies del Hijo clavados al madero del que pendía el cuerpo del Crucificado. ¡Qué impresionante la secuencia en la que las dos Marías enjugan, tras la flagelación, la sangre derramada por Cristo!. Hace ahora cuatro años participé en una peregrinación-excursión a Fátima (de las que dirige el venerable y querido don Nicolás, consiliario de la Legión de María) viaje que resultó perfecto en detalles turísticos, y muy aleccionador en lo tocante a piedad religiosa y fervor mariano. En Coimbra tuvimos ocasión de visitar el Carmelo en donde pasa sus últimos años Sor Lucia, uno de los tres seres escogidos por la Virgen en su Aparición en Cova de Iría, y a cuya pastorcita le fue entregada una carta de su antiguo confesor -y entrañable amigo de quien esto firma- el Padre carmelita Gonzalo Berasategui, residente, entonces, en la comunidad de San Lorenzo de León (y hoy postrado en el lecho de enfermo de una residencia, ad hoc , en Burgos, rodeado del cariño de todos y, con más cercanía, de los pedres Tomás y Valentín y el cuidado del buen samaritano hermano Jesús...). Discúlpenme la digresión, y sigamos con el peregrinaje a Fátima. Al regresar, nos detuvimos en el Santuario de Guadalupe, en una de cuyas dependencias se halla instalado un bello museo. Destaca en él una escultura de Cristo yacente, ante la cual, por el patetismo que el artista supo imprimir a la figura -piel entre cera y ámbar, sangre coagulada y, no obstante, divina dulzura- por ello, y por su fidelidad al relato evangélico, me quedé clavado, cosido a las tablas del suelo. Un compañero de viaje se me acercó : «¿Verdad que da un poco para atrás ver una imagen así ?»... -Instantáneamente repliqué : «No, si se piensa un poco en el cómo y el porqué de su Pasión; a mí, lo que me sugiere éste yacente es un deseo incontenible de abrazarle»... No soy quien para dar lecciones. Y mucho menos en materia tan delicada como la mensuración del fervor y el amor a Dios. Pero no les quepa la menor duda de que la derivación moral de lo ocurrido en Guadalupe, en la anécdota citada, tiene que ver con la contextura, psicológicamente feble, de determinados caracteres hipersensibles ; como en el caso de alguno, en el después del visionado de La Pasión . «Mucha sangre -alegan-, demasiados latigazos con flagelo punzante; dureza innecesaria (¿) en la reiteración de la tortura»..., Ah, ¿pero es que no fue así en la realidad?. ¿Hubo o no hubo sangre a raudales durante la horrible y tristísima noche del Señor? («Me muero de tristeza».., Mc.14,34). Por descontado e inconcuso, que la hubo. Igual que en el litóstrotos de la Torre Antonia, y en el Gólgota de la Crucifixión... Lo que si se pone de manifiesto, repito, es una perceptibilidad cuasi enfermiza en concretos públicos asistentes a la proyección del film de M.G.; con un mucho de olvido de la historia bíblica, y un no sé qué, de fría consideración estética. Algo , en fin, que choca y se distancia de la percepción vívidamente cristiana de la Pasión de Jesucristo. Y sobre lo cual, digámoslo claro, bastante gente no se detiene a pensar... Bendita lección y bendita sacudida la que Mel Gibson nos acaba de propinar... en pleno corazón.