Diario de León
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MÁXIMO SOTO CALVO ASOCIACIÓN PRO-IDENTIDAD LEONESA
León

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NATURALMENTE vamos a hablar, o mejor a recordar, el llamado Día de la Comunidad, ése que viene mostrándonos, desde siempre, lo postizo del ente autónomo que nos engloba, pero que, cada vez nos inutiliza un poco más. Bueno es decir, ya de salida, que para los leoneses, para los cxiudadanos de esta provincia, no va más allá de ser un día de asueto. Si bien en absoluto eso puede reconforta al sencillamente leonés, a quien se refuerza con la intangible leonesidad, y mucho menos a quienes participan del sentimiento llamado leonesismo. Que no lo celebremos, ni en la extraña y lejana campa de Villalar, ni en nuestros lares leoneses, no es un ejercicio fehaciente de permanente oposición al diseño del ente, ¡ojalá lo fuera!, en la mayoría de los casos es un pasar escondiendo nuestro ser leonés bajo el ala de una nefasta indiferencia. Con el inconsecuente dejar a lo comunitario ir tomando carta de naturaleza como regional unitario, los administrados autonómicos, entre los que nos encontramos los leoneses, no estamos a la espera de una oportunidad de resurgir, no nos engañemos, en este campo ni hay milagros, ni los más humanos golpes de magia, estamos sentenciando nuestra propia personalidad, dejando agonizar la identidad leonesa. Ciertamente que los ciudadanos no somos los directos causantes. Somos los consentidores, que no es poco, y con doble dimensión los políticos de aquí. Los artífices, los que nos llevan al huerto de los olivos, marcando nuestra particular pasión, son los autonomistas, ésos que nos envuelven engañosamente en un fluir de tiempos, ideas y valores que se van inventando, algunos tan dañinos como la Fundación Villar. Y ésta, ¡gritémoslo!, nace como una vuelta de tuerca más para la estrangulación de lo identitario leonés. Garrote vil ante el que nuestros políticos Partido Popular y Partido Socialista se inhiben. Si el pueblo leonés pierde la propia territorialidad, por omisión, inducción o confusión con otra, y los ciudadanos la personalidad colectiva que con ella se identifica, ¿qué nos queda?. Pues, sencillamente vagar en lo etéreo del ente autonómico llamado: Castilla y León. Y cayendo en el juego de lo castellanoleonés o lo castellano y leonés, que tanto da ante el parejo daño que encierran, ayudar a subvertir nuestra propia personalidad, como en un juego evolutivo que es un engaño manifiesto. Cada 23-A, los progresistas acuden a la campa comunera para cantar. Los conservadores preparan un rimbombante discurso institucional. Y, a los ciudadanos leoneses las dos actitudes les son realmente indiferentes. Resultado: la fiesta autonómica. Mas, no todo ello es inocuo. Contemplemos con la perspectiva que da el tiempo, la fecha 23 de abril de 1996. Aparecerá con un verdadero punto de inflexión. Veamos. Para cumplir el periplo itinerante, los autonomistas del ente llegaban a León trayendo bajo el brazo el discurso que llamaban institucional. Eso sí, cuando ya nos les quedaba más remedio, pues tan sólo León faltaba. Que entre ellos había una cierta prevención, por no decir temor, a la contestación leonesista, a la respuesta popular, está tan claro como el alejamiento que, con cordón policial incluido, en la Plaza de San Marcos marcaron entre ellos, el pueblo leonés, y la fiesta que se inventaban. La línea popular reivindicativa leonesa, nacida en la etapa preautonómica, asfixiada en su propia impotencia ante la sordera de sus políticos, se presentaba en San Marcos, in extremis, y no sin desaliento, para mostrar por enésima vez su no asunción del ente. Los leoneses, que en importante número conformábamos ese movimiento de rechazo, posiblemente ganáramos allí, con nutrida presencia, el asalto a los puntos. Mas el resultado supondría una pírrica victoria, toda vez que, desoída la queja, y vilipendiada la ciudadanía, nos hemos dejado invadir por un largo sopor permisivo. El aparente desinterés ciudadano subsiguiente, animó a los políticos dirigentes de la autonomía, quienes, cumplido aquél trámite discursivo, y salvados por la campana, empezaron a venir a León con propuestas edulcoradas que nos planteaban como un don, cuando en realidad eran una obligada necesidad administrativa. Llegando en ocasiones su patente desconocimiento de los nuestro a hacerles caer en el error, por ejemplo, de llamar bercianos a los bañezanos. El tiempo y la red entretejida nos han ido envolviendo en la cosa autonómica. Por otra parte nuestras instituciones, no políticas, pero politizadas, se fueron dejando llevar, en aras de una supuesta pervivencia, por el afán centralista del ente. Sin osar proponer contrapartidas a ésa sumisión, las más de las veces por personalismos interesados, han ayudado a conformar una Comunidad absorbente, que identitariamente nos ignora y en lo socioeconómico nos relega. No faltando tampoco quien, menospreciando a todo un Pueblo, hasta se niega a que la bandera leonesa esté al lado de la nacional como enseña institucional. ¡Penoso! ¿Dónde deja el propio origen? Una puntualización final. No son incompatibles el reconocimiento y el sostenimiento de la Identidad Leonesa con la permanencia de León en el ente autónomo, quienes fuerzan ése impedimento con sus actos, como la Fundación Villar, son los autonomistas que nos administran políticamente, cual si León fuera un simple nombre tras una y. Un mero apéndice.

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