TRIBUNA
Reflejos del mundo para reflexionar el hombre
EL REFLEJO del mundo, sumido en violencias y consumido por bombas, debe hacernos reflexionar, cavilar y corregir nuestras actuaciones, sobre todo aquellas partes del universo que se parten la cara y que, para enderezar los caminos de la vida, no conocen otro que la fuerza de las armas. Salta a la vista que el escarmiento, o la venganza, no sirve para nada. Si cabe, nos encabrita más. Yo creo que sería más efectivo, conocernos antes para reconocernos en un mundo más de todos. Pienso, además, que se precisan gentes de palabra que nos iluminen en los nuevos rumbos que nos han tocado vivir. Ya don Quijote, preceptivamente, le recomienda a su escudero Sancho, que ponga los ojos en quién es y qué se reconozca para conocer. Salvando las distancias, también Rodríguez Zapatero le recomienda a su gente que ponga los ojos y los oídos en la calle. Ya veremos si responden sus vasallos. Razón no le falta. A veces, es cuestión de mirar y de saber mirar, de verse en los demás y de meditar sobre qué hacer y cómo hacer, para amortiguar los berrinches caprichosos de aquellos que nos quieren aguar la fiesta de la vida. Los arrebatos tozudos de los poderosos son para temerles. Los últimos reflejos del mundo nos muestran unos pensamientos que nos desbordan y superan la ficción. Nos cuesta un riñón, y parte del otro, interpretar los desórdenes, las luchas inútiles en favor de una justicia que se impone por violencia, los juicios sin juicio. Ni el común de los juicios se aplica. Antaño los exploradores navegaron para descubrir nuevos mundos. Hoy nos hace falta, como agua de mayo, una legión de exploradores que nos insten a explorarnos por dentro, para luego ser capaces de explorar a las distintas razas humanas, a fin de detectar los múltiples trastornos que padecemos. Fallamos en el mundo de las relaciones humanas, porque nos saltamos a la torera todos los pactos morales. Nada nos importa. Nos quedamos tan frescos. Olvidamos ponernos en el lugar del otro, y a veces somos tan atrevidos que lo colocamos en el lugar que más nos interesa. El refranero refrenda lo dicho: porque te quiero Andrés, sino por el interés. Desde luego, es una manera de actuar perversa, que nos pervierte y deprava. ¿Cómo podemos pensar por los demás? Mientras unos pasan de la vida y del mundo, otros tampoco se miran al espejo del corazón. Se instalan en el delirio, en lo importante e imprescindible que son en la vida. Se sienten las manos de todos. Y a sus manos nos encomendamos como perritos falderos. Eso les pasa a muchos políticos. Se creen los reyes del mundo. Marginan el poder consensual del lenguaje, la comunicación entre nacionalidades y regiones, el habla de cada cual como instrumento para entenderse. Sé que esto necesita tiempo, el que no tenemos, el que nos han robado los mandamases. Nadie incita a la reflexión, a ser sujetos con voz y pensadores de cátedra viviente. Al poder no le interesan los sabios. Al diálogo hay que darle su trago de verbos, adjetivos y nombres. Rumiar y remar mar adentro no está de moda. Las prisas nos han devorado todo, hasta el romanticismo de salir a conquistar un beso de los labios de la luna y así percibir el aroma del aire, la pureza del amor, la semántica de las flores. Yo confieso que, desde hace unos cuantos años, busco el tiempo para la reflexión, por decreto del alma. Me lo pide la conciencia, que es una ciencia paciente, que provoca la ilusión de la vida, la que tanto nos falta a diario en los cafés de la siesta. Cuando se ha perdido la conciencia del yo en los demás, difícilmente podemos ver la conciencia del mundo. Todo parece un delirio. Ahí están los delirios de persecución, los falsos salvadores, los guerrilleros que exaltan fanáticamente a sus jefes carismáticos. Convendría discernir sobre esas pasiones sectarias, que nos quitan libertades, como si fuéramos una propiedad de alguien, una impura y dura mercancía, en definitiva. Para más freno de libertades de movimiento se extreman las medidas de seguridad, ante un mundo totalmente inseguro, a pesar de estar armado hasta los dientes. El problema no es ganar batallas, o librar luchas, sino el de ser capaces de reflexionar. Cuando la detonación de palabras se hace estridente, como el momento actual que soportamos, la única manera de apaciguar los aires es callándose. Todo lo contrario a la altanería que practican algunos gobiernos y gobernantes. De nada nos sirve la sabiduría, si luego el raciocinio se oxida, si el hombre cede y no busca, ni se interroga en la evidencia. El ser humano deja de ser humano si no percibe los reflejos del mundo, si no reflexiona y demanda una explicación para cada cosa. Si renunciamos a ser sujetos pensantes, díganme, de qué nos sirve tanto saber. A sabiendas de que, sin una sólida conciencia reflexiva (y recíproca), arraigada a los valores de la ética, el mundo es una mentira y el hombre un ser hambriento de verdad.