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FERNANDO ONEGA
León

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LA VERDAD es que Rodríguez Zapatero sigue sonando bien. Incluso muy bien. Parece una orquesta sinfónica. Sobre todo, cuando habla de grandes conceptos. Ayer nos despertó con su primera declaración periodística: «Haré una democracia ejemplar». He recortado esas palabras, las he enmarcado, y las he colocado en la habitación de mi hijo pequeño: «Querido Fernandiño, así soñábamos en la primavera de 2.004». Es un gusto ver así a un presidente. A los cinco días de ocupar la presidencia como inquilino, todavía es un hombre libre. No lo absorbió el temido complejo de la Moncloa , que encierra a los jefes del ejecutivo en sí mismos y en sus papeles. ¡Qué emocionante! A Rodríguez Zapatero se le nota que todavía no está maleado. Aún vive las ilusiones del principiante. Todavía no empezó a ver a los adversarios como unos ambiciosos que sólo aspiran al poder. Aspira a construir una España maravillosa, donde se escuchará al pueblo, los altos cargos no meterán la mano en la caja, y todo se resolverá con una política de oídos y puertas abiertas. ¿Cuánto durará esta idílica sensación? Ojalá sea mucho. Pero, de la misma forma que «empiezas a cesar en el mismo momento de ser nombrado» (Pío Cabanillas), corres el gravísimo riesgo de empezar a perder la grandeza de tu misión en el momento en que surgen las dificultades. El dinero agrícola europeo, por ejemplo. ¿Será igual la ilusión europeísta después del estreno de Elena Espinosa en el espinoso asunto del aceite y el algodón? Y después empiezan a hablar los gestores del cambio. Tú te has llenado la boca de diálogo, negociación y pacto; pero le preguntan a la ministra Narbona por el trasvase del Ebro, y responde: «Se deroga, no se negocia». Mecachis. Y los impuestos. Tú no vas a subirlos; pero la misma ministra anuncia la creación de uno nuevo, el impuesto ecológico. No anuncio nada, sólo recuerdo historias pasadas. Luego viene la prensa, que te empieza a poner colorado, y buscas defensa en la televisión pública, aunque ayer, oficialmente, haya dejado de «ser de partido». Y después viene la oposición, que te quiere echar. Y vienen los poderes económicos, que necesitan no-sé-qué para invertir. Y los presidentes siempre terminaron hablando de conspiraciones. Por eso, que Dios guarde a Zapatero su onírico mundo. Que lo conduzca y nos conduzca por la senda de la «democracia ejemplar». Si con los antecedentes conocidos que le preceden consigue mantener esa ilusión, yo aporto mi idea: habrá que hacerlo presidente vitalicio.