Diario de León

CON VIENTO FRESCO

Las bodas de Camacho

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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EL VIERNES no fui a Villalar, paseé por la parte alta y llana del interfluvio que forman el río Cúa y el arroyo de Magaz, y que en glacis desciende hacia el valle del Sil. El día soleado y la belleza del paisaje, con la fronda que a orillas del Cúa rodea el monasterio de Carracedo, con su elevada torre de campanas dominando el valle, invitaba al paseo con los amigos y a la charla distendida. Al atardecer, ya en casa, con el concurso de mi mujer que, al azar, escogió los números dos y veinte, abrí el tomo segundo, capítulo XX, de El Quijote y comenzé su lectura para celebrar, en la intimidad, el día del libro. El Quijote es un libro extraordinario, cuya exégesis nos depara siempre insólitas sorpresas. Como ocurre con la Biblia. Su lectura hermenéutica nos permite no ya comprender el siglo XVII, en que se escribió, sino el XXI en el que nos encontramos. Véase sino el mencionado capítulo XX, tomado al azar, y el XXI, que es su continuación, en los que Cervantes nos cuenta, con todo lujo de detalles, las bodas de Camacho. El capítulo se inicia con el recuerdo de Sancho a su señor, que le recrimina su charlatanería, del acuerdo suscrito entre ambos al salir de casa para sus correrías, sobre que le habría de dejar hablar cuanto quisiese, no siendo contra el prójimo o contra su merced; a lo que responde don Quijote que no se acuerda de tal capítulo, obligándole imperativamente a callar. A algunos les pasa lo mismo: firman acuerdos -o Constituciones-, pero cuando les interesa se olvidan de lo pactado y se lo saltan, por la fuerza de los hechos, a la torera; e incluso increpan y afean a los que se lo recuerdan, llamándoles retrógrados o reaccionarios. Un agradable olorcillo, que llega a través de la enramada, avisa al señor y a su escudero de los preparativos de la boda, que ese día van a celebrar el rico Camacho y la hermosa Quiteria. A don Quijote no le gusta este labrador rico y generoso, prefiere al pobre y desdeñado Basilio, que muere de amores por la moza; Sancho, por el contrario, justifica el buen juicio de Quiteria al escoger a Camacho por esposo, pues en el mundo, filosofa, sólo hay dos linajes: tener y no tener, y tanto tienes, tanto vales. Camacho, para Sancho, tiene y vale, como lo demuestran la generosidad y la abundancia del banquete que ofrece a todos los presentes. Nadie discute la boda, todas las encuentas dan como ganador al PP, digo al rico Camacho; pero antes de que se celebre, un hecho asombroso vendrá a cambiar el curso de las cosas. Basilio sale al paso de los novios, recuerda a la ingrata muchacha sus promesas y allí mismo se atraviesa el estómago con un estoque, cayendo al suelo bañado en sangre. Con voz trémula, antes de morir, solicita a la novia su mano de esposa, la cual, ante la presión de los presentes, acepta, recibiendo ambos la bendición del sacerdote. Hecho lo cual, y ante el asombro de la concurrencia, que grita: ¡milagro, milagro!, Basilio se levanta y responde con cinismo: ¡milagro, no, industria, industria!; es decir ardiz engañoso, pues el joven se había colocado un canuto lleno de sangre, que fue el que atravesó el estoque y no su cuerpo. No sé porqué, a mi este cuento, aunque con un final horriblemente luctuoso, me recuerda acontecimientos recientes. Los amigos y criados de Camacho, cruelmente burlado, quisieron apalear al tunante, pero la SER, digo don Quijote, salió raudo en su defensa: «Teneos, señores, teneos; que no es razón de tomar venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y en las competiciones amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea». Y Mariano Rajoy, Camacho, dio por bueno el embuste, y generoso les donó, como regalo, el convite ya preparado; pero los recién casados, rehusándolo, le dejaron con un palmo en las narices.

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