La herencia

UNA ALTA proporción de compatriotas considera absolutamente normal no pagar la consumición en los bares, colarse en los espectáculos sin pasar por taquilla o llamar al sitio donde trabaja diciendo que está enfermo. La encuesta, realizada a escala nacional, sitúa en un 12,8 a los que practican estas costumbres cívicas, pero la cifra no es la misma en todas las Comunidades. (En Andalucía llega casi al dieciocho por ciento). Como desconocemos si se han hecho sondeos de este tipo en otros países de Europa, es prematuro considerarse los reyes de la trampa. Muchas veces decimos eso de «qué país» cuando debiéramos decir «qué mundo», pero me temo que no nos gane nadie en el torneo de la desvergüenza. Robar algo en un supermercado, a juicio de algunas personas, no es un delito menor, sino una gracia enorme. Los grandes almacenes cuentan con esos hurtos. Los tienen previstos en sus contabilidades y por eso recargan los precios que pagan las personas decentes. No es que seamos muy inteligentes, pero a listillos no nos gana nadie. «Hay que echarle cara», se suele decir ante determinadas situaciones y hay ciudadanos con más cara que espalda. Curiosamente, este tipo de golfería no suele darse entre los necesitados y es frecuente que una señora enjoyada y de buena posición robe unas bragas en un hipermercado. Si la pillan, llora, pero si no la descubren regresa a su casa con la satisfacción del deber cumplido. ¿Será todo una herencia de nuestra legendaria genealogía de pícaros? Quizá haya, caprichosamente repartidos, muchos genes ambulantes del buscón llamado Pablos, de Guzmán y de Lázaro, pero en aquellos tiempos había en España un hambre coral y hereditaria. Todo lo disculpa el hambre, pero ese no es el caso actual, ya que ahora lo que hay es apetito. Aprendí del apócrifo maestro Juan de Mairena que la demofilia es entre nosotros un deber y que no hay forma de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. Lástima que en eso que habitualmente llamamos pueblo se hayan infiltrado tantos granujas.