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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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DON MANUEL Prado y Colón de Carvajal tiene tratamiento de excelentísimo señor. Por complejas razones habrá de figurar en los libros de historia del último cuarto de siglo. Ha sido temido, envidiado y, por tanto, adulado en las esferas de poder. Pasó por pertenecer al restringido círculo de amistades del Rey de España. Uno de sus pecados ha sido precisamente ése: presumir de tal relación, quizá exagerarla, cuando el conocimiento de sus andanzas económicas no beneficiaba precisamente a la Corona. Ayer, tan distinguido ciudadano, que ha sido senador por designación real y embajador de España en Misión Extraordinaria, ha ingresado en la cárcel. No es una condena larga, sino de dos años, lo cual significa que pronto le veremos felizmente en libertad. Es el último gran nombre de negocios que da con sus huesos en la cárcel. Y entró en el hotel de las rejas por la puerta de atrás: en Sevilla, cuando las periodistas buscaban esa morbosa imagen en Madrid. Para esos hombres de postín, la cárcel es como una condena menor. La humillación es que sus conciudadanos los vean entrar. Como ante otros ilustres presos de los últimos años, hay que exclamar: ¡pobre Manuel Prado! Es una persona cordial. Me aseguran que siempre deja buen recuerdo en quien le trata. Pero le ha cegado la ambición. Pertenece a ese grupo de privilegiados ocasionales que se dejaron atrapar por los negocios fáciles, rápidos, dudosamente líticos, cuando no descaradamente ilícitos. Y fabulosos, a la vista de los datos que se publican: la operación que ahora conduce a la cárcel a Prado le supuso unos ingresos de más de once millones de euros. Casi parece el presupuesto de un ministerio. Es la historia de una enorme ambición, con cargo a empresas que, al parecer, tenían fondos ilimitados para comprar no se sabe qué voluntades. Es sugestivo ver que esos personajes sean los protagonistas de la crónica judicial. Es esperanzador ver que los autores de golpes financieros terminen pasando la vergüenza de verse condenados legal y socialmente. Es un poco menos ejemplarizante comprobar lo pequeñas que son las penas frente a la dimensión de su beneficio. Y no sé cómo calificar lo ocurrido después de las hazañas de estos señores, desde Conde a Prado, pasando por De la Rosa o los Albertos. Porque miren ustedes: hay un momento de la historia reciente donde todo se termina. De pronto, ya no hay grandes robos ni desfalcos. Una de dos: o la cúspide financiera de ese país se ha hecho honrada, casi seráfica, o todos estamos mirando para otro lado.

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