LA VELETA
La guerra de Aznar
LA INVASIÓN de Irak, disfrazada de derrocamiento de un tirano poseedor de armas terribles, contó al término de las operaciones militares, pese a los estragos y a la crecida cantidad de víctimas de los bombardeos, con una cierta aceptación por parte del pueblo iraquí, hastiado de guerras precisamente y confiado en las promesas norteamericanas de reconocimiento del país, de paz, de libertad y de prosperidad. Pero la pervivencia de esa leve, aunque forzada en todo caso, aceptación inicial dependía del pronto cumplimiento de esas promesas, de la subsiguiente retirada de las fuerzas extranjeras de ocupación y de la restauración democrática de la soberanía, condiciones todas ellas que enseguida se supo que no pensó cumplir jamás Estados Unidos y que, en efecto, no cumplió ni cumplirá nunca. Ahora bien, pese a la barbarie en política exterior a la que parece abonada la ultraderecha instalada en la Casa Blanca, pese a su pensamiento débil, pese a su culto a la violencia, pese a su carácter fundamentalista y mesiánico, ¿cómo es posible que no se haya molestado en crear en el país invadido las condiciones mínimas de orden, de seguridad y de normalidad suficientes siquiera para seguir robando el petróleo sin demasiados sobresaltos? ¿Tan zotes son los tipos que gobiernan el mundo? No lo creo; desalmados sí, pero tontos no, de tal suerte que sólo hay una respuesta al sangriento sindiós que padece el pueblo iraquí: Al invasor le conviene la actual situación de caos, de descontrol absoluto, para perpetrar impunemente sus desafueros, así de despojo como militares. ¿Cómo entender si no esa apuesta obsesiva por enajenarse la voluntad de todos, de los chiíes, de los sunitas, de los pro-Sadam, de los anti-Sadam...? A ese escenario terrible, que pasará a la historia como uno de los episodios más repugnantes de la codicia y la crueldad del ser humano, nos llevó Aznar con un entusiasmo rayano en la locura, y aún ahora, cuando las nuevas autoridades están obedeciendo la voluntad de la Nación sacando nuestras tropas de allí, hemos de topas con su escalofriante contumacia.