DESDE LA CORTE
Ha estallado Interior
HA TERMINADO el «traspaso ejemplar de poderes». Ha terminado bruscamente, escandalosamente, como un latigazo en la parte más sensible del Estado: allí donde se hacen cumplir las leyes, donde están los guardias, donde se persigue al terrorismo, donde suenan los teléfonos rojos de las grandes alarmas. Ha terminado en el Ministerio del Interior. Ha estallado la guerra entre ministros del Interior. Este cronista nunca había escuchado un cruce descalificaciones más zafio, con un Alonso que achaca la matanza del 11-M a la «falta de previsión política», un Acebes que le llama «miserable» y un López Garrido que pide que se expulse a Acebes de la vida pública. Ésa es la esencia de la crónica política del día. José Antonio Alonso ha venido a echar la culpa de los asesinatos del tren a la autoridad política, que no hizo caso de los avisos policiales. Así ha sido entendido, aunque ésa no fuera la intención de sus palabras. Es de tal gravedad, que no parece propio de su persona. Si hace tal insinuación en público, una de dos: o tiene pruebas, o hemos de poner mucha buena voluntad para justificarlo. Una buena voluntad como ésta: el titular de Interior todavía no conoce, por inexperto, las repercusiones de la declaración de un ministro. ¿Y qué podemos decir de Angel Acebes? Vio caer sobre él la peor acusación que se puede hacer a un responsable político en este tiempo. Es normal que esté indignado. ¿Cómo queremos que esté si lo hacen responsable de la mayor masacre terrorista de la historia de España? Pero aquí no estamos hablando de actitudes humanas, que siempre son entendibles. Estamos hablando de actitudes políticas y de acciones u omisiones de gobierno. Estamos hablando del problema más serio que tiene la sociedad española y de un gravísimo suceso por el que todavía llevamos luto. Y esto no es un festival de ocurrencias en un patio de vecinos. Ni quienes tienen ahora el poder pueden ponerse alegremente delante de un micrófono a repartir responsabilidades, ni quienes han sido derrotados pueden reaccionar como reinas ofendidas que responden con el insulto. En este cruce de improperios hemos visto lo peor de un momento de cambio como éste: un ministro sin contención verbal; un aludido que no sabemos si está herido por una injusticia o porque tuvo que dejar el poder; unas Fuerzas del Orden zarandeadas... Todo es muy inquietante para el futuro. Pero hay algo peor. En toda esta confrontación apareció lo que nunca quisiéramos ver en nuestra vida pú blica: odio.