Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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SEGÚN la tesis de Simenon, cualquiera de nosotros puede cometer un crimen. Sólo algunas personas aprovechan la posibilidad, lo que les proporciona una momentánea nombradía. Al asesino de Getafe, que mató el lunes pasado a su compañera sentimental, creyendo que era suya, le ingresaron sin pérdida de tiempo, la misma noche del día del crimen, en la cárcel de Soto del Real. Desde allí le ha pedido a la juez que le permita tener a sus dos gatos en la celda, porque no puede vivir sin ellos, del mismo modo que ellos pueden vivir sin la difunta. Magnánimamente, la juez ha trasladado su petición al director de la penitenciaría. El amor por los animales, esas pobres almas mudas, esos compañeros en la aventura de vivir, es siempre un buen síntoma. Quien ha acariciado a un perro vagabundo o a un gato callejero que se deje acariciar, nunca asistirá al espectáculo carpetovetónico de arrojar una cabra desde un campanario, pero los perros y los gatos son otro cantar. Yo los he hecho compatibles y se llevaban muy bien. Uno, Rocky Marciano, se meaba de gusto al verme llegar a altas horas y la otra, la gata Cayetana, se limitaba a mirarme, con sus ojos de emperatriz de cómic. Los perros siempre están claros y su conducta no deja lugar a equívocos, pero los enigmáticos gatos nunca se sabe lo que piensan, aunque estemos seguros de que siempre están pensando. «No son más silenciosos los espejos, ni más furtiva el alba aventurera», dijo Borges de ellos. La última gatomaquia importante es la de mi admirado Antonio Burgos, biógrafo de Remo Romano de Híspalis, una sílaba de tigre, altanero y sibarita, según su dueño. Siempre ha habido perrófilos y gatófilos en literatura. Lord Byron era del primer grupo y Baudelaire del segundo, pero no hay por qué definirse. Jacques Prévet dijo que él prefería a los gatos porque no había conocido ningún gato policía. Se le podría argüir que tampoco hay gatos lazarillos. Todo esto es para pedir que al asesino de Getafe le dejen tener a sus dos gatos en la cárcel, que es un sitio carente de confort, donde se encuentran malas compañías.

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