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León

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AMANECE mayo con sus flores (ateridas de frío en este León sin piedad) y los obreros y obreras del siglo XXI en doliente manifestación contra la barbarie del 11-M. Los trabajadores y trabajadoras que ya se manifestaron, con el resto de la ciudadanía, inmediatamente después del atentado tienen que hacer un acto de fe contra el terrorismo. La voz de la clase trabajadora queda oculta y callada debajo del grito contra el terrorismo, ese enemigo cada más difuso y monstruoso. La degradación de las condiciones de trabajo (contratos precarios, salarios bajos, infracontratación de mujeres, jóvenes e inmigrantes) acaban convertidos en una anécdota, en la cola de la manifestación y de los discursos, frente al terror. En la cola viajan también otras reivindicaciones: en León, la defensa de la gestión pública del agua que va a pasar a la historia para dar liquidez momentánea -efímera, muy efímera- a las arcas municipales. En la cola queda otro terror: el de esos hombres que son capaces de matar a sus hijos para aniquilar del todo a sus ex compañeras. ¿Por qué tras cada asesinato se descubre que el verdugo tiene orden de alejamiento? ¿Qué es eso? ¿De qué sirve, aparte de entretener la burocracia judicial? Una sensación extraña recorre el día rojo/azul Europa del calendario, que la liturgia bautizó, en competencia con los seguidores de Marx en la era industrial, con la festividad de San José Obrero. A los barrios nacidos de la emigración del campo a la ciudad, como el de El Ejido en León, les pusieron la fiesta patronal el primero de mayo en consonancia con la identidad de obreros piadosos que les querían imprimir. Amanece mayo con la nueva Europa de los 25 y una multitud obrera deseosa de emigrar al otro lado del muro -es imaginario, pero vaya si existe- para disfrutar de la ilusión del bienestar made in Taiwan, Corea, Turquía, Pakistán, Perú ... La nueva Europa, con Polonia al frente, es el nuevo ejército de consumidores del espacio común.