DESDE LA CORTE
Zapatero, el «eje» y la gran Europa
RODRÍGUEZ Zapatero recibió su bautismo europeo. Y fue un buen bautizo: Schröder y Chirac se esforzaron en darle sus más calurosos saludos. También le regalaron un buen titular para «vender» a la sociedad española: se crea el eje Madrid-París-Berlín. Pocos saben en qué consiste, quizá Zapatero tampoco, pero suena bien. Es alinearse con los principales motores de la Unión. Es tener un trato preferente. Y es una foto política para oponer a otra imagen histórica: la de Aznar, Bush y Blair. Anotado eso tan elemental, ¿qué valor tiene esa opción a partir de hoy? La Europa del Primero de Mayo de 2.004 no es la misma que la de ayer. En esta fecha se incorporan a la Unión otros diez países, y esto es una conmoción sin precedentes en la lenta y difícil construcción europea. La Europa que nace hoy tiene la mitad de los estados que Norteamérica. Pasa a tener 480 millones de habitantes. Habla más de veinte idiomas oficiales distintos. Presenta enormes desigualdades de renta. Ante ello, España necesita un examen de su papel que por ahora no hizo en el ámbito político ni en el empresarial. Para empezar, cuanto más grande se hace Europa, más pequeña se hace nuestra nación. En un Parlamento Europeo de más de 700 diputados no seremos ni el 10 por 100. En un reparto de la capacidad de decisión por número de habitantes, tampoco llegamos a ese porcentaje. Y, en cuanto al poder en el Consejo, asistiremos a una merma, como consecuencia de las concesiones que deberemos hacer ante la Constitución Europea. Aunque Rajoy reprochará a Zapatero que ha cedido poder español, ésa es la realidad política. La económica es más inquietante. En la nueva Europa, España pasa a ser un país rico. Los nuevos socios serán los destinatarios de las ayudas al desarrollo. España perderá poco a poco los fondos. Y hay un desafío mayor: somos, con Portugal, el país más alejado de los que se incorporan. Nos quedan lejos como mercado para nuestros productos. Estando así las cosas, se puede pensar que Zapatero eligió una alianza extraña, porque Francia tiene intereses agrarios y diplomáticos de frecuente conflicto, y Alemania, por su situación geográfica, se acabará inclinando hacia el nuevo Este europeo, que le brinda una sugestiva posibilidad de expansión. Pero no hay alternativa: entre todas las opciones posibles, hay que inclinarse por la más útil. Una Europa gigante como la que hoy nace, terminará por funcionar en bloques. Si es así, hay que optar por el mejor. Por el que va a pagar mucho, pero también tiene mucho que decidir.