TRIBUNA
Galones, tacones e incienso
LA GUARDIA CIVIL no está de suerte. Tampoco al Ejército le acompaña la buena estrella. Ni unos ni otros se merecen lo que les ha caído encima. El show mediático-pachanguero protagonizado por José Bono en la ceremonia de su toma de posesión como nuevo ministro de Defensa es un adelanto de lo excesos que están por venir. Los delirios de grandeza sin frontera de Bono quedaron al descubierto. La cuidada imagen pública de «afable y tolerante» que se había fabricado durante años en la dulce periferia castellano-manchega ha saltado por los aires. Puro artificio teatral y egocentrista. Malogrado su último asalto congresual a la secretaría general socialista, y aparcado en una consoladora cartera ministerial, carece de sentido seguir actuando. Llevado por su personalidad histriónicopopulistaautoritaria montó finalmente el circo de las Bodas de Camacho en el patio de armas del Paseo de la Castellana. La busca y captura de la adulación lisonjera a cualquier precio acarrea tarde o temprano el esperpento. Para refrendar su irrupción inaugural en el Ministerio de Defensa se rodeó don José de folclóricas, obispos, trovadores y algunos conocidos personajes habituales de los espacios de «telebasura». Ahí están las hemerotecas y los telediarios para los incrédulos. Se pudieron ver imágenes propias de un bodevil. El generalato y los representantes institucionales evitaron en lo posible ser fotografiados al lado de los «líderes» de la farándula nocturna y la España cañí. No cargo las tintas ni ironizo si afirmo que sólo faltó la guitarra, la pandereta y, por supuesto, la incombustible cabra de la Legión. Pésimo comienzo de quien, por la carga que ha de afrontar, se espera todo lo contrario: seriedad y ponderación. Tampoco se privó el flamante ministro de juramentos enfáticos a lo Escarlata O¿Hara en Lo que el viento se llevó. «Juro que mientras yo sea el titular de Defensa y Zapatero el presidente del Gobierno de España, jamás habrá asociaciones sindicales en las Fuerzas Armadas, que es tanto como decir en la Guardia Civil». Es indudable que para una persona endiosada, el poder y el saber no siempre se acuestan juntos. Miles y miles de ilusionados agentes votaron en los comicios de marzo al PSOE bajo la promesa electoral de que, llegados a La Moncloa, cumplirían a rajatabla su programa de suprimir de ordinario el Código Penal Militar en el seno de la Benemérita. La regulación del derecho de asociación para la representación y promoción de las condiciones profesionales de los miembros del Instituto Armado es otra de las propuestas que, al amparo de los artículos 22 y 104 de la CE, se recogen taxativamente en las páginas programáticas del partido que ha nombrado ministro del ramo al manchego incontinente. Hay voces autorizadas que proclaman que en las arrogancias inaugurales del titular de Defensa existe un ánimo contrario al ordenamiento jurídico, e incluso de severo desacato al Tribunal Constitucional que en sentencias firmes ha amparado el registro de asociaciones en la Guardia Civil y en el propio Ejército. Con el arbitrario pretexto de la disciplina férrea, el arqueológico patrioterismo aliñado con galones, tacones e incienso, y la argucia de que el asociacionismo conduce a la Ex-paña, fray Bono se nos descubre como un pequeño caudillo con fajín rojo e ínfulas de monje-soldado cuyo reino no es de este mundo. El primer problema grave de Zapatero ha comenzado antes de las 100 jornadas de gracia. Se podría concluir que su ministro-barón llegó, vio y la pifió. No deben, sin embargo, amilanarse las organizaciones de guardias civiles por las bravatas de camisa vieja del Sr. Bono. La excelente labor que, con carácter general, están llevando a cabo las asociaciones beneméritas inscritas en el registro desde hace unos pocos años es irrefutable y debe animarles en su firme singladura. Cualquier analista cabal llegaría a esa conclusión con un sencillo repaso corporativo. Las mejoras profesionales y sociales alcanzadas son la prueba tangible de que el asociacionismo democrático es necesario y provechoso también para esos «hombres de uniforme», que algunos guías almidonados confunden interesadamente con «rehenes de uniforme» a cambio de un sueldo parco, un carné con emblema y una rojigualda ante la que cuadrase. El ejercicio sensato del poder es como un peligroso explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla en las manos. Es evidente que la entrada de don José Bono Martínez como responsable de las Fuerzas Armadas no ha sido un dechado de sensatez. Alguien tendrá que enmendarle la plana; ése no es precisamente el preconizado talante ZP.