Carqueixa florida

EL RITMO de floración de las plantas es un reloj biológico sintonizado con la vida de muchos animales, cuyo calendario de celo y crianza aprovecha la oferta primaveral de recursos naturales. Pastores y labradores, desde tiempo inmemorial, registran en sus refranes este conocimiento de ecología aplicada, mucho más fino que el de muchos científicos de gabinete que deberían impregnarse de la cultura de boina, azada y ordeño. El despertar del pasto lo detecta el ovejero en febrero: «cuando el paniquesito florece, la oveja de hambre perece». Esta plantita rastrera, de precoces flores que recuerdan panecillos, aparece cuando el campo está aterido por las heladas y ovejas y moruecos, en los huesos, sueñan con el verde mayenco. Estas noches, en el Húmedo, el macherío anda soliviantado por el destape creciente de las niñas, bollitos y más talludas, que, hombros y ombligo al viento, abrevan cerveza en los antros. Se corre la voz: «cuando la higuera brota, la mujer trota». A pesar del lúbrico pronóstico, vaso de leche, paja y a la cama, acostumbran acompañar los amaneceres de tanto pichabrava elucubrante. La barra del Latin Lover refugia desesperados que logran con la tarjeta de plástico lo que el tempero no ha provocado en el mercadillo del amor. El mar blanco de la urz arbórea y el rosado del brezo rojo dominan los matorrales del monte. Manchas amarillas, salpican las laderas de matitas bajas que atraen al corzo de madrugada. «Carqueixa brotada, loba preñada; carqueixa florida, loba parida», suelta el vaquero de Prada de la Sierra, atento a su moruchada. Sabe que ahora, tras llenarse el valle de corcinos, jabatos y lebratos, la pareja de lobos no supone riesgo para jatos y potros, tumbados entre los gamones del puerto. «Bidul salido, gallina al suelo y gallo mudo». La fronda de hojas verdes en los remotos abedulares del Tambarón termina el pavoneo y repiqueteo del urogallo en celo, mientras su rojiza consorte hace el nido entre los arándanos.