La navaja de Ockham

NO SERÉ YO quien cuestione la autonomía que actualmente goza nuestro país. La historia es un proceso dialéctico. La construcción del Estado liberal, durante el reinado de Isabel II, exigió, para superar el Antiguo Régimen, una política centralizadora que reorganizara y homogeneizara la sociedad civil y el territorio, liquidando el atomismo feudal y los privilegios de personas y regiones, entre ellos los fueros vascos. Hoy, por el contrario, el sistema democrático obliga, sin perder la solidaridad interterritorial, a una política descentralizadora, que haga posible que la administración se acerque a los administrados; pues el principio de subsidiaridad reclama que los entes más próximos son los que están mejor adaptados, y a menor coste, para solucionar los problemas de los ciudadanos. La autonomía regional y la municipal, ésta todavía escasamente desarrollada, han sido factores claves en el desarrollo que ha vivido España en este último cuarto de siglo; pero también es cierto que es una cuestión que hay que ir cerrando, y no abriendo como se pretende con la reforma de la Constitución y la de los Estatutos; y que además, no sea un arma arrojadiza en manos de los políticos. A algunos les cuesta admitir eso y reconocer que hoy no es una prioridad en las preocupaciones de los ciudadanos. Por eso la polémica entre el Consejo Comarcal y la Junta, con la amenaza de reivindicar la fantasmagórica provincia del Bierzo; o el reiterado y melancólico discurso victimista del leonesismo, ahora defendido por algunos socialistas necesitados de los votos de la UPL, están bastante alejados de las preocupaciones de los leoneses y bercianos. La Junta seguramente no mantendrá la disposición del consejero de la Presidencia, contraria a pagar las dedicaciones y a sufragar los gastos de representación de los partidos políticos con el dinero de la subvención que le entrega al Consejo Comarcal del Bierzo para gastos corrientes; y no la mantendrá porque ha dado en la linea de flotación no del Consejo sino de los que pretenden vivir a costa del Consejo y eso toca las fibras más sensibles de determinados políticos. En eso no hay muchas diferencias entre los partidos, que por lo mismo se defienden con uñas y dientes y obligarán a retractarse al consejero. No es extraño el apoyo que el presdiente ha recibido de un sector del PP, que perdedor hace unos meses, busca reabrir un debate interno y unas heridas a costa de este problema, acusando a Mañueco de incompetente y contrario a los intereses de la comarca; ni tampoco sorprende que un partido sin representación en el Consejo ni prácticamente en la comarca, como el PB, hable de disolver el ente comarcal, reivindicando, en una huida hacia adelante, la provincia del Bierzo. El alcalde de Ponferrada, con ironía, hablaba esta semana de la provincia del Bierzo como una exigencia que su partido, el PP, podría reclamar si se abre el melón de la reforma autonómica, y algunos reivindican un León solo. El melón lo abrió Miguel Alejo, nuevo delegado del Gobierno en Castilla y León, que no me parece que haya sido muy prudente abriendo esa puerta, aunque luego, con las críticas suscitadas desde la Junta, se haya apresurado a decir que el PSOE no cambiará de postura. El PSOE no lo sé, pero esta semana el alcalde de León, Francisco Fernández y el nuevo diputado en sustitución de Amparo Valcarce, Agustín Turiel, han lanzado una bomba de relojería contra la autonomía de Castilla y León, que ha alegrado sobremanera a la UPL. Ésta ha perdido votos en las últimas elecciones pero recupera así protagonismo. Turiel plantea incluso una extraña propuesta de región leonesa de difícil encaje legal; una región política dentro de la comunidad de Castilla y León. No entiendo muy bien a qué viene ni como se conjuga con la actual ordenación autonómica. Lo único claro: más políticos y más sueldos. Me parece que a esta multiplicación de los entes sin necesidad habría que aplicarle, por el principio de economía, la navaja de Ockham, y afeitarlos