LA VELETA
Torturayconciencia
EL PRESIDENTE Bush invocó a Dios y al Bien (con mayúsculas) para iniciar esa guerra, y ello conduce a una visión más bien confesional de las motivaciones belicistas. ¿Existía en Estados Unidos hace poco más de un año una crisis de conciencia política? Ya sabemos que en una mayoría de países del mundo musulmán, la conciencia política no ha podido formarse ni desarrollarse, por razones obvias, y sabemos también, al menos desde el tiempo dorado del personalismo (Mounier, Domenech, el español Comín ...), que si la conciencia política se elimina o no se alcanza, se politiza la conciencia religiosa, paso previo a la desaparición de la conciencia. Cierta escasez de conciencia política vendría reflejada en el debilitamiento de la culpa pública, sobre todo en varios países de Occidente en los que se ha dedicado o se dedica gran benevolencia social al abuso de poder, a la autoridad en ciertos aspectos dosificada y a las mentiras de la Administración. No sorprende por ello que Bush invocara a Dios y al Bien para sustituir la conciencia política de su pueblo por una conciencia religiosa, que acaba impregnándose lamentablemente de todas las turbiedades que siempre han amenazado a la conciencia política. Y ahora ve la sociedad norteamericana (y el mundo entero) unas fotografías sobre la tortura que practican grupos más o menos aislados de su propio ejército. Ningún ciudadano de Estados Unidos se reconoce en sus soldados torturadores, por lo que estaría recuperando su conciencia política, de rechazo a la autoridad responsable, y sobresentándose tal vez por la desenvoltura con que se había invocado a Dios y al Bien, argumento supremo y envuelto en falacias políticas, como las armas de destrucción masiva y la implicación de Sadam Huseín en las interpretaciones terroristas del Corán. Una forma excelente de arruinar una causa justa, y la invasión de Irak no parece serlo, es envilecerla, y estas acciones de tortura envilecen de tal modo la aventura iraquí de sus patrocinadores que la causa se ve brutalmente mancillada por algunos o muchos de sus efectos. «Hay órdenes que son peores que los desórdenes». Los hombres de orden, cuando no se sienten controlados por una conciencia política circundante, pueden resultar proveedores del nihilismo.